13 dic 2016

Juste la fin du monde

Neuróticamente bella
No había manera de perderme el estreno de “Juste la fin du monde”, la última película de Xavier Dolan. Y aunque créame que iba preparada para lo peor, porque la crítica le había otorgado  opiniones encontradas; en  mí caso, tal vez sea bueno recordarles, que este muchachito me encanta y creo que sería capaz de perdonarle todo.  Pese a eso trataré de entregar una crítica lo más imparcial posible.


En esta ocasión Dolan escribe y dirige una cinta basada en la obra de teatro homónima de Jean-Luc Lagarce. Además de que produce, edita,  diseña el vestuario,  los subtítulos en inglés y según yo, el  diseño de la escenografía también tiene su toque.

Louis (Gaspard Ulliel) regresa a su casa después de doce años de ausencia  con la intención de anunciar que tiene VIH y pronto va a morir. En la reunión familiar  se encuentra su madre (Nathalie Baye), su hermano mayor Antoine (Vincent Cassel) junto con su esposa Catherine (Marion Cotillard) y Suzanne (Léa Seydoux), la más joven de la familia.

No es ninguna novedad el gusto por los temas complicados de este muchachito. El joven canadiense lleva a sus protagonistas estelares de París a Montreal porque sigue sin “salir de casa”. Lo que sí me resultó novedoso fue que pese a su permanencia en Canadá no llamó a ni uno solo de los actores que lo habían acompañado anteriormente.

Si usted no está acostumbrado a la neurosis de este chamaco, seguro va a salir corriendo de la sala a media película, porque el grado de tensión es muy alto. “No es más que es fin del mundo” es una película histérica y neurótica de principio a fin. Un regreso a casa que se vuelve un estallido de frustraciones que salen a gritos, haciendo sentir al espectador  incómodo por el simple hecho de ser testigo.

Entre todo ese griterío es posible alcanzar la calma con el manejo de la luz en cada escena, detalle en el que se le nota ha mejorado muchísimo. Dolan bajó el grado de intensidad de sus tonalidades y se apega a una iluminación más natural, sin perder la estética que viene con poner cada cosa en lugar: el viento, el rayo del sol, el brillo en los ojos, las hojas de los árboles... Pocos momentos tendrá para disfrutar de la maravilla visual que logró este niño, pero en las pocas escenas que se escapan de su permanente close-up, tendrá un espacio para la tranquilidad y la belleza.  La música también sirve de consuelo, aunque su playlist se encoge,  a diferencia de otras cintas de su autoría, tiene al menos dos temas muy significativos, esto asumiendo que usted sea capaz de  relacionar “Dragostea Din Tei” de O-Zone con los mejores momentos de su infancia.

Dolan hace una adaptación del guion sin dar muchos antecedentes, pero la verdad es que no hace falta mucho para ver la recriminación del pecado de abandonar el nido y buscar una vida mejor. Lo imperdonable de la ausencia, y de cómo esa ausencia te corona como el hijo preferido. El hijo ausente. Dolan calma los gritos con un abrazo infinito de una madre, en donde el protagonista encuentra todo su consuelo y  donde usted también lo encontrará. 

Es imposible salir de la sala sin odiar a Vincent Cassel, o sin sentir irremediable compasión por una Marion Cotillard con apariencia de niña. Todos los actores llegan al límite, tanto que hay momentos en que se sienten sobreactuados, pero es que este escuincle les puso la cámara en el hombro toda la película, como si hiciera falta tener una primera fila en las expresiones que se escuchan a muy altos decibeles.

“Juste la fin du monde”  necesita un poco de empatía por el director y un mucho de hígado para poderse digerir. Es el fracaso de la comunicación efectiva, buscando de forma desesperada la adhesión a la existencia de un ser incomprendido. Cuando usamos la expresión “No es el fin del mundo” estamos muy lejos de pensar en una guerra  encarnizada entre Caín y Abel, o en el viaje a casa de Ulises. Sólo Xavier Dolan puede representar a La Piedad con uñas largas, bisutería escandalosa y párpados azul eléctrico.

Dolan no sabe hacer películas ajenas a él: “Todo lo que uno hace en la vida es para ser amado, para ser aceptado",  así dijo entre lágrimas al aceptar su premio en Cannes por esta cinta hace unos meses. "Haré películas toda mi vida, me quieran o no". Más que una amenaza es una resignación que justifica el vuelo mortal de un pájaro cucú que se atrevió a dejar la casita  de su reloj, para no quedarse a ver pasar el tiempo; y eso, no es el fin del mundo.





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