A la caza de un autógrafo
Yo no sé de dónde nos vienen esas
ganas locas de tener un autógrafo de la persona que admiramos, caer en esa
conducta fetichista con alguien a quien en realidad no estamos conectados en
ningún sentido.
En más de una ocasión me he visto inmersa
en la tediosa, pero esperanzadora faena de conseguir la firma de mis escritores
favoritos, ¡mis escritores! No el ídolo juvenil del momento, no el ganador del
Oscar, no el deportista del año. Escritores y no necesariamente de
best-sellers, no estoy pretendiendo
hacerlos menos, no, para nada; lo que pretendo explicar es que no son
personalidades que en realidad se caractericen por mover a grandes masas detrás
de ellos, pero en el lamentablemente pequeño mundo de lectores, nuestros
ídolos, o al menos muchos de ellos, consideran multitud descomunal a cien
personas.
Mi más reciente tesoro, mi libro
autografiado por Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura 2010, el precio
que pagué por él, independientemente del costo del libro mismo, fueron un par
de horas de espera, mitad de pie, mitad sentada, esperando ser bendecida con
una ficha de las cincuenta fichas disponibles. ¡Cincuenta fichas disponibles para un autor de esta categoría! Que justo en ese momento estaba haciendo la
presentación de su libro “El héroe discreto” (misma que me perdí por estar en
la fila) en una sala abarrotada de gente, se tuvo que agregar un anexo con
pantallas para calmar a la multitud que clamaba por verlo, por escucharlo, por
hacer de ese momento un agradable recuerdo, digamos unas quinientas personas fácilmente.
La ficha 47 llegó a mis manos y
bueno el corazón se me hacía grande, no sin malicia podía voltear a ver al
lugar 51 de la lista y sentir pena por él, casi lo tenía… casi. Pero esa felicidad envidiosa no me duró mucho,
porque mientras pasaba el tiempo en la fila, mientras se acercaba el gran
momento, el personal de seguridad, si, leyó usted bien, el personal de
seguridad comenzaba a gritar la logística para conseguir la preciada rúbrica:
Sólo un libro por persona, no dedicatorias, no fotos, no platica, no, no, no.
Mientras más se acercaba el momento
la emoción se iba menguando y entonces recordé que ya había pasado por esa
misma sensación con otros escritores. Un ejemplo, con Joaquín Salvador Lavado, mejor conocido
como Quino, no sólo tuve que soportar horas de fila, sino que lo tuve que
escuchar por más de 30 minutos hablando de lo molesto que para él era dar un
autógrafo, que no tenían sentido, que no había valor en ellos, etcétera.
Levanté la cabeza para ver a la gente que como yo esperaba, jóvenes, muchos
jóvenes; yo no sabía si su ilusión se había diluido tanto como la mía, pero
pensaba en lo mucho que los jóvenes necesitan desarrollar el hábito de la
lectura y en lo distante que se mostraban los personajes dueños de nuestra
admiración.
Salí de ahí con un escueto
autógrafo, tres letras y unas rayitas, no hubo un “Con cariño para Paty”, “Gracias
Paty por tu tiempo dedicado a la lectura”, bueno, no hubo ni siquiera un “Paty”.
Un autógrafo despersonalizado, para cualquiera, para todos. No para el que llegó
vencedor y consiguió, después de una larga espera, la ficha anhelada. No para el
que lee y valora lo lee, no para el que invierte en un libro que finalmente se
transformará en regalías. Y bueno, no se trata de que él me admire a mí, tampoco digo que me debe a mí o a nosotros su éxito, no se trata
de convertirlo en “un simple mortal” porque no lo es, se trata de darle sentido
de su puño y letra a lo que él es para nosotros.
Estreché su mano, le dije el honor
que era estar ahí parada frente a él, recibí su apretón y su radiante sonrisa,
su agradecimiento… creo. Finalmente eso me emocionó más que el autógrafo mismo,
pero sin ese sentido de pertenencia que demanda el fetichismo tal cual.Él no es menos después de esto, pero definitivamente pudo haber sido más.
Las comparaciones nunca son buenas, pero en este caso son bastante reconfortantes, porque también en esas filas de espera me he topado con escritores que pueden hacer trascender en ti ese momento. Dos de mis escritores favoritos Óscar de la Borbolla y Xavier Velasco, se han tomado el tiempo para reírse conmigo, para cruzar frases, para bromear, para una foto, para un momento. José Trinidad Camacho “Trino” le hizo el día a mi hijo al hacer un dibujo con su nombre en su libro. Es increíble la cantidad de detalles que caben en un minuto de tiempo, es una lástima que no todos tengan el tiempo para dar ese minuto.
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