23 oct 2013

Tragedia Andina, épica lucha por la vida

Mi encuentro con Carlitos

Como parte de una convención a la que fui invitada en Argentina, el programa incluía una conferencia con  Carlos Páez, uno de los integrantes de la Tragedia Andina. Este hombre, que si bien para mi hasta ese momento significaba “uno de los sobrevivientes”, para muchos era “el que come carne humana”. 

Nunca me involucré realmente en la historia, yo era muy pequeña cuando sucedió y aunque vi las películas (las dos), es hasta hoy que de su propia boca sé lo que pasó ahí; ahora sí que “lo que no se vio”, el "detrás de cámaras” de esta cruel experiencia que como él dice:


No fue un milagro, de haber sido un milagro, hubiéramos sobrevivido los 45 que íbamos a bordo del avión, no sólo 16.

La plática iba enfocada a promover el trabajo en equipo, a sacar las mejores cualidades individuales para aplicarlas a un bien común, ¡perfecto! Una plática de motivación empresarial, tal vez para otros, no para mí.

Por mil y un razones, desde mi trabajo, mis problemas familiares y personales, mi carácter, mis dependencias y codependencias y hasta por ese amor loco que siempre he tenido por la vida, por la vida fácil he de reconocer, me identifiqué en muchos sentidos con él y en la manera en que él describe su personalidad antes, durante y después del accidente. Pasó de ser el niño rico, mimado, berrinchudo y ególatra, al loco cínico que se encargó  llenar al grupo de humor, negro, pero humor al fin. Junto con su humor también trajo la fe y la esperanza.

Quien tenga conocimiento más a detalle de este accidente, tal vez pueda recordar la famosa Ave María que Carlitos rezó durante la caída del avión, el tiempo que tardó en rezar esta oración, fue el tiempo que al avión le tomó chocar, desplomarse, recorrer un largo tramo sobre la nieve y finalmente detenerse, para que ese infierno a 37° grados bajo cero comenzara. El Padre Nuestro, no, era muy larga. La Gloria, no, demasiado corta. Con el Ave María quedo bien con Dios y con su madre, así mato dos pájaros de un tiro. Esta deliberación pasaba a mil por hora por su mente junto con las imágenes de su vida y su familia cuando tenía las manos en su cabeza, la cabeza en sus  rodillas y el Ave María en la boca.


Cuarenta pasajeros, cinco miembros de la tripulación, dieciocho personas murieron en el accidente o días después a consecuencia de sus lesiones. Los 27 restantes tuvieron que enfrentarse a duras condiciones ambientales dentro del fuselaje del avión en donde se resguardaron en espera de ser rescatados. Al cabo de 10 días de espera escuchan por la radio que se ha dado por finalizada la búsqueda, a partir de ese momento tenían la seguridad que solamente dependían de ellos mismos. Fue entonces cuando comenzó la lucha por la vida. “Existíamos y estábamos dispuestos a hacérselo saber al mundo” este cambio de mentalidad fue el pilar de su salvación.

Hicieron lo que tenían que hacer para seguir con vida, en un lugar en donde no se daba la vida. En donde a tan bajas temperaturas era muy difícil derretir la nieve para beber agua, realmente sufrieron más de sed que de hambre. Cegados por los reflejos del sol sobre el blanco de la nieve, sin ropa de invierno para cubrirse en un año en donde se tuvieron las peores nevadas de la historia en esa zona. Alimentarse de los caídos fue su única opción para sobrevivir.

En el día 16 del accidente, otra catástrofe cae literalmente sobre ellos, un alud de nieve los deja sepultados por tres días; ocho personas más mueren en ese evento. Cuando Carlos logra salir encuentra un sol maravilloso afuera y lo único que puede ver es la grandeza de Dios, envía sus pensamientos a sus seres queridos y vuelven a sacar fuerzas de la nada. Tres personas más morirían por gangrena, al final son dieciséis  los que fueron rescatados con vida después de 72 días en la cordillera.

“Las experiencias negativas, aun las más duras, pueden transformarse en una especie de catapulta para que un ser humano salga disparado y alcance cosas mejores. Para que, cuando todo parece indicar que le será imposible, pueda desafiar a la realidad y dar el gran salto desde la oscuridad hacia la luz”

Carlos Páez no solo superó el accidente, superó una batalla por su vida mucho más difícil que esa, al menos eso dice él. Superó su posterior adicción al alcohol y a las drogas. Hermano a la distancia en Alcohólicos Anónimos y en Narcóticos Anónimos, a los que el mismo llama “su segunda familia”. Es miembro activo del programa desde hace muchos años y sigue en esa lucha del “solo por hoy”.

Mientras  lo escuchaba hablando de esa presencia de Dios en la cordillera, me era imposible de mentalizarme así, ¿cómo era posible que sintiera esa presencia bajo esas condiciones? Y bueno, Dios estaba ahí, aunque fuera para insultarlo en ese momento, pero estaba. Lo quisieran o no nunca los dejó. Fue su desahogo en los momentos en que la frustración traía la esperanza a menos y estaba ahí cuando no había nada más. Nada más que la certeza de ser algo tan pequeño en una inmensidad helada, pero había días de sol, había días de estrellas; había hombros para apoyarse y manos para levantarte. Había ingenio de unos y tenacidad de otros, había una esperanza de una vida mejor que esa.

Yo no sé si estoy bien o mal, pero historias de vida como esta me hacen ver mis problemas más pequeños. Me pasó lo mismo con las historias del Holocausto y con tantas otras historias de tragedia descomunal,  finalmente pienso: “Si ellos pueden, yo puedo”. Los que logran sacar de la tragedia sus mejores atributos, me hacen un regalo de fe, me hacen sentir que si ellos lo lograron, para mí no debe ser mayor problema. No me paro encima de la tragedia de otros, no me hago pequeña, ni me envuelvo en una negación, sencillamente me lleno de esperanza que al final todo estará bien, al final encontraré el camino.


No hay batalla pequeña,  cada quien sabe cuáles son sus demonios. Cada día somos capaces de aprender algo, cada día estamos vivos y hay una vida mejor esperando por cada uno de nosotros. Estamos trabajando en encontrar nuestro Norte en la brújula de la vida, estamos trabajando en encontrar a Dios bajo cualquier presentación en la que lo hayamos escondido. Así que “arriba y adelante con fe y con esperanza seguimos en la lucha de vivir plenamente un día y ese día es el día de hoy”

"El grupo es un respaldo indestructible que ayuda a despertar las cualidades dormidas de cada uno de sus integrantes".






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