18 may 2017

Acostumbrándose a la violencia

No nos acostumbremos
Hoy me levanto sin ganas, cuerpo autómata. Debo hacer lo que tengo que hacer, pero mi alma está encogida. Fotos en Facebook de hermoso amanecer en Bacalar me anima, mi alma suspira y sonríe, sólo por un momento. Me apachurro nuevamente, arrastro mi sombra fuera de las sábanas. No quisiera salir de mi cama en todo el día.

Hace un mes, unos tipos violaron mi santuario y el de mi familia, uno de ellos se paseaba afuera de mi recámara, hurgaron, robaron; no sólo cosas materiales, también nuestra privacidad y quietud. Pero seguí sonriendo, lo convertí en algo hasta cómico; nada había de cómico, pero así lo procesé.

Hoy apenas logro caminar, y no por las rodillas inflamadas y adoloridas, sino por el pesar que siento. Anoche, un aturdidor sonido me hizo tirarme al piso y arrastrarme debajo de la mesa de centro. A unos metros de mi ventana, ráfagas de metralla. Nunca en mi vida escuché una ametralladora, pero estaba segura que así debía sonar.

Me debatía entre sacar al perro a la calle, o... ni modo, que se haga en el jardín. Segundos después, estaba aterrorizada debajo de la mesa. Agucé el oído, lo único que podía escuchar era mi corazón latiendo a mil por hora, no hubo sirenas, ni gritos, ni llantos, solo mis latidos. Pasan los minutos, todavía silencio.

Dudando si fue real, tomo valor y me asomo a la calle. La zona acordonada, lleno de patrullas, militares, pero nada de sirenas, ¿querrán que nadie se entere? Se escucha sólo un reportero mal preparado transmitiendo la nota en vivo: ajuste de cuentas entre narcos, o tal vez un levantón., todos escaparon, ningún muerto.

Salgo a la calle, y a sólo unos pasos, restos del acordonamiento tirados en el piso, ni eso fueron capaces de llevarse los policías; algunas balas que no dieron en el blanco, pero que dejan la huella de que sí, sucedió la noche anterior.

Y nada pasa, la vida sigue, al menos para nosotros. Una vida dulce pero amarga, no quiero dejarme en el pesimismo, pero pienso en cómo le puedo decir a los míos que no frecuenten lugares peligrosos, que tengan cuidado con quién se involucran, que no anden por lo "oscurito”; si en mi propia casa, donde debería estar segura, ayer viví con el corazón en la mano.

Además del alma apachurrada, estoy bien. Pero no está bien, no está bien sentirse ya familiarizado con los militares rondando, las malas noticias a diario. Seguro todos hemos vivido algo parecido, o alguien conocido lo ha vivido. ¡No nos acostumbremos!

Fabiola M.




Fabiola y su familia viven en Cancún, el paraíso azul caribe de México. Cancún tampoco se salva de la ola de violencia que vive el país, pero la discreción es obligatoria. 

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