20 sept 2013

Por Tierras Nayaritas

De visita por tierras Nayaritas


Si hay un lugar que me trae buenos recuerdos de mi niñez definitivamente es La Presa Nayarit. Tantas y tantas historias de esos veranos  y todas me dejan un buen sabor de boca.

Justo ahora que íbamos de camino a pasar el puente del 16 de Septiembre para allá, platicábamos acerca de esas anécdotas. Mi hermana Belén que es la más chica, pocos recuerdos tiene, pero igual venía muerta de risa con todas esas locuras, porque eran locuras, no hay otra manera de llamarlas, es una suerte que estemos vivitos y coleando a estas alturas.

Recuerdo particularmente esos paseos a la playa, en los camiones de redilas en los que mis tíos transportaban el tabaco que cosechaban,  solamente subían algunas sillas para las señoras, que así, tal cual, en la poltrona nada más dejaban caer el trasero sin mayor “amarre” que el de las uñas. Y el chiquillero ni se diga, todos peleando por alcanzar las redilas más altas para ir viendo el camino.

Las carreteras nayaritas tienen una vegetación espectacular, me encanta ver como se cierran las copas de los árboles por arriba del camino, es como pasar por un túnel de hojas y ramas. Claro que no faltaba el  ¡Cuidado con la ramona! O el puñado de insectos en la boca, ya no digamos los cabellos alborotados.

¿Cinturones de seguridad? Cero, ¡Niño bájate de ahí! Cero, al contrario, las carcajadas cuando la troca se iba medio de lado y las sillas despegaban sus patas de la plataforma y ¡Wiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii! Así como para agregarle peligro al asunto.

Con todas estas galas hacíamos nuestro arribo a la playa, que podía ser San Blas, Las Islitas, Los Cocos, El Sesteo, La boca del Camichín (única y exclusivamente para ir a comer ostiones), claro que también hay que agregar el baño de polvo del camino y más si tomábamos el atajo por Sauta y sus caminos de terracerías color ladrillo.

Bañadores “totally  fashion”, shorts y playeras, que bikinis ni que bikinis, me acuerdo perfecto de mi Bisabuela y mis Tías sintiendo el romper de la ola en fondo de lencería. Y ¿qué me dicen de los caballeros? ¡Fuera camisas, todo lo demás se queda! (demos gracias a Dios por eso) ¿A quién le importaba? Absolutamente a nadie.

Todo el mundo en las olas, todo mundo en el revolcadero, solamente disfrutando y esperando la hora de la comida…y ¡que comida! Desde empanadas de camarón, ceviche, cócteles, cervezas y el infaltable pescado zarandeado, definitivamente orgullo de la región. Y más tardecito, el pan de plátano.

El regreso a “la hora del mosco” benditos jejenes que yo no sé si será bueno o malo, pero han tenido en sus temibles piquetes la fama suficiente para ahuyentar los grandes proyectos turísticos, lo que ha conservado a la región sin muchos cambios significativos. Mal salía el jején y corriendo mojados a treparnos a la troca; pero el paseo no terminaba ahí, había que ir a enjuagarse al agua dulce de El Palillo y a lavar  la mencionada troca. Que a estas alturas no entiendo el porqué del enjuague porque en el camino de regreso llegábamos igualmente polveados.

El regreso siempre más intenso que la ida,  aunque  todos veníamos cansados, mojados, con frío, porque ahora si el aire a esas horas no era tan cálido entre las redilas, ya eran pocos los osados que asomaban la cabeza, ahora todos se arrinconaban en donde menos aire les llegara, pero eso de ir sentado y salir volando por cada “Vado” que pasábamos era una tortura china. Si bien no había chofer designado, a la buena de Dios íbamos en manos de el que al menos estuviera despierto. Siempre llegamos a salvo a casa, muertos de cansancio pero muy divertidos.

Como esas historias tengo muchísimas y si nos dedicamos a recopilar las de algunos miembros de la familia podríamos hacer un libro con ellas para entregarlo a las nuevas generaciones. Muchos de nuestros seres queridos se han ido y han dejado ausencias que son imposibles de llenar, pero su recuerdo siempre viene a mí, a todos quiero suponer, con mucha alegría.

Mis hijos me han acompañado un par de veces, es más, para los dos, su primer viaje a la playa fue a Nayarit. Ahora ya no les toca vivir la experiencia extrema de llegar a la playa en un camión de redilas, ahora llegan con el cinturón de seguridad puesto, con bloqueador solar y harto repelente; no tienen la piel curtida, ¿qué le vamos a hacer? El calor los desacelera y la ausencia de WiFi sencillamente los desquicia, pero con todo y todo también disfrutan de lo que no podrían tener en ningún otro lugar.

El regresar nos vuelve una celebridad,  no sé por qué, tal vez por el cariño que nos tienen los que nos ven volver al pueblo. Mi reseña debería ser de este último viaje en realidad, al menos esa fue la petición que me hicieron y mi familia allá la está esperando, pero yo me perdí en los recuerdos, en los sabores y en todas las muestras de cariño que recibimos.

Sólo voy a mencionar mi bochornosa presentación como Maestro de Ceremonias de la coronación de las Reinas de las Fiestas Patrias. Y ahora sí que “no venía preparada pero…” ahí voy, con vestido prestado y peinado improvisado, con la cara pegada al ventilador para no ver escurrir el maquillaje. Creo que lo que más trabajo me costó fue recordar el nombre de las chicas, porque entre Su Majestad Montserrat, pasando por Nereira y Narda, yo estaba totalmente “hecha pelotas”.

Nerviosa, gangosa, con la plaza llena de gente, todos ya pasaditos de copas y para complicar un poco más las cosas al El Canelo se le ocurre perder la pelea, ¿así cómo quieren que la gente este de ánimo para coronar a muchachas tan bonitas? Los ánimos calientes, sólo sonaba por el micrófono la voz de Becky que decía: Seguridad a tal zona de la plaza, seguridad ahora para el otro lado.

Son geniales los pleitos del pueblo porque todo el mundo corre a ver qué pasa, el caso que fueron 3 o 4 rounds a lo largo de la coronación y yo nada más pensando: ¿En dónde quedó mi hija? Pero por ahí andaba con la abuela corriendo hacia el lado contrario del pleito, nótese “citadinas”.

En resumen fue una nueva experiencia, espero no haberlos defraudado bastante, el micrófono y yo no tenemos buena química, me llevo mejor con la pluma, además tengo pánico escénico, pero una descendiente de los Delgado no se echa para atrás y “a rajarse a su rancho” ¡Ah caray! Pues si estaba en mi rancho.


Gracias, mil gracias a toda mi familia nayarita, los quiero mucho a todos y no hay manera que yo deje de querer ese pedazo de tierra. Muchas gracias a todos los que sin saber de qué carambas estoy hablando aquí están leyendo esta larga historia.


2 comentarios:

  1. Me encanta como narras; me encanta como escribes... Te puedo asegurar que me brindaste una sonrisa permanente y hasta me arrancaste un par de carcajadas. La lectura de tu blog resultó absolutamente vivencial para mi. Además, me recordó tanto a Venezuela...
    Gracias!

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    1. Gracias a ti!!! No me imagino en qué puede parecerse Venezuela a Nayarit, pero creo que algún día me enteraré

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