6 feb 2019

Cafarnaúm


Despiadadamente devastadora


Tal vez, y digo sólo tal vez, el saber que una película ha sido premiada en Cannes, no es garantía para que usted pague el precio de un boleto y decida conceder un par de horas de su tiempo a una película “rarita” de las que premian en esos festivales. Cafarnaúm tiene por ahí algunos premios importantes (además del ya mencionado) como el Globo de Oro a Mejor Película Extranjera y una nominación al Oscar en la misma categoría, pero el premio que más se repite en su lista es el Premio de la Audiencia, es decir, me vale gorro lo que digan los críticos, los simples mortales nos rendimos sin remedio ante ella.


        Me tocó conocer a la actriz, guionista y directora Nadine Labaki a través de su Opera Prima Caramel (Caramelo) allá por el año 2007, y la película me encantó, se convirtió en mi “cartita difícil” porque la quería tener a la mano y me costaba un dineral (de entonces) conseguirla sobre pedido. Esta guapa libanesa comenzó su carrera enfocándose en todos esos conflictos, digamos culturales, de Medio Oriente, particularmente desde una perspectiva femenina. Su mira está sobre las causas sociales y tiene una capacidad extraordinaria para anudarte el corazón y hacerte caer a sus pies.


        Sin demoras Labaki atrapa nuestra atención al mostrarnos a Zain (Zain Al Rafeea), un niño de unos doce años caminando esposado hacia la sala del juzgado en donde sus padres lo esperan para responder ante el juez por la demanda que su hijo puso contra ellos por haberlo traído a este mundo. A partir de ahí, todo pasa hacia atrás, hacia el cúmulo de tragedias que llevaron a ese niño, y otros tantos más, a lamentarse por estar vivos.


        Si usted siente que está viendo un documental, no lo culpo, por un momento me sentí de la misma manera. La cineasta retrata en primeros planos decenas de rostros de niños, de mujeres, de ancianos que todo parecen menos actores. Apostaría usted, tal como lo hice yo, su mano derecha al afirmar que todo ese sufrimiento no es actuado, es tan real que la ficción nada tiene que ver aquí. “Ese niño en verdad está sufriendo” pensé más de una vez al ver a Boluwatife Treasure Bankole, el bebé que Zain arrastra por las calles de Beirut, y fue ahí en donde me empecé a sentir incómoda.


        Cafarnaúm es un grito de auxilio que demanda nuestra atención inmediata, pero que nos lleva, al menos a mí, a cuestionarnos el precio que los “actores” pagaron por ser escuchados. Cuando el maltrato, el hambre, la pobreza extrema y muchas otras catástrofes humanas se convierten en algo cotidiano, podemos hasta reírnos de ellas. Puedes morir de ternura al ver a un bebé llorando por su madre, o peor aún, por un biberón, pero no pasen por alto que un niño tan pequeño no puede estar actuando, por favor no pida su nominación al Oscar.


        Cada personaje trae su historia a cuestas, se puede decir que Cafarnaún en un ensamble de fragmentos de todas esas historias que hablan sobre matrimonios infantiles, tráfico de personas, migración, hambruna y perdida de la niñez. No hay manera que sean más reales de lo que ya lo son. Agarre con fuerza sus palomitas porque la bofetada de realidad de la que será testigo, las puede hacer rodar por el suelo. Zain Al Rafeea es maravilloso en su papel, si es que, repito, eso es un rol que está interpretando. Es un niño prácticamente de la calle, sin papeles, que carga a sus espaldas su mundo y el mundo de los que siente su responsabilidad. Si la película fuera en 3D hubiera hecho al menos el intento de abrazarlo.


        No hay manera de hablar mal de Cafarnaúm. “¡Que le gane a Roma, no me importa!”, porque me da culpa que una cinta así no se lleve todo lo que el mundo del cine tiene para ofrecerle. Labaki cumplió su cometido, quizá moldeando la ética a su favor, y en favor de los afectados, eso hay que reconocerlo también; si el precio de estremecernos de esa manera fue muy alto o no, ya el tiempo lo dirá, por lo pronto vaya a verla y no olvide llevar bastantes pañuelos desechables, porque nunca podrá sacar de su mente que existen lugares en el mundo en donde los niños no mueren de causas naturales.
       



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