EL PRECIO DE SER INVALUABLE
Nací libre gracias al precio que otros
pagaron por que así fuera. Nunca lo vi, pero supe que muchos lucharon con piedras
y palos contra un gobierno opresor. Se llegó a considerar heroico el acto de aquel
que llegó a la trifulca para incendiar la puerta de un valioso edificio con una
antorcha en la mano y una losa en la espalda; hoy eso se llama vandalismo y se
castiga con todo el peso de la ley, no con justicia necesariamente,
pero puede costarle la vida al infractor y la sociedad dirá que se lo tiene
bien merecido. ¡Mira que venir a meterse con una puerta! ¡Habrase visto!
FOTO: TRIBUNA |
Siempre me dijeron que era necesario saber el valor de las cosas para en verdad apreciarlas, yo no sé cuánto vale mi vida, para mí es lo que se dice: invaluable, casi tanto como esa libertad por la que no pagué. Tampoco sé cuánto vale un edificio histórico. Puedo apreciar y maravillarme con una obra arquitectónica que ha soportado estoica el paso del tiempo gracias a sus muros de piedra, mas no tengo idea del número de infamias cometidas para poder construirlos.
Soy incapaz de calcular el valor de
un monumento como “La Minerva”, “La Diana Cazadora”, “El Pípila” o incluso el ángel
que representa la Independencia de los mexicanos. Ignoro si el artista, o todas
las manos que trabajaron para darle forma, recibieron el pago justo por su trabajo.
No sé si se pagaron las “comisiones” correspondientes para que tal obra de arte
adornara nuestras calles. Si me detengo a pensar un momento, tampoco sé por qué
veo mi identidad en ellos; por qué me llenan de orgullo o por qué me hacen parte de una ciudad o un país y, sin embargo, lo hacen.
No necesito calcular el costo de un
montón de cristales rotos, autos destruidos o de la mercancía saqueada, los
noticieros se encargarán de darme el costo de los daños y yo no me voy a molestar
en verificarlos, voy a creer lo que me digan. Sé que alguien va a perder, no será el dueño de un imperio comercial o mucho menos un municipio; toda tragedia
es siempre un gran negocio, un abanico de oportunidades para los contratistas, lo que por aquí llamamos un “huesito”. En México los únicos que pierden son los que ya no tienen nada
que perder.
Me duele ver mi ciudad arder. Me indignan
las fuentes escupiendo agua color sangre o los muros vandalizados, sea por ocio
o por un grito desesperado de inconformidad; pero me indigna más, mucho más, la
impunidad. La bota en el cuello, la inseguridad y el abuso. Siento un gran
desprecio por un gobierno opresor, que no solo roba con descaro burlándose de
nosotros, sino que convierte a los ciudadanos en enemigos a muerte, que nos usa
para sus fines. Vivos, muertos o desaparecidos seremos de alguna manera la razón
que justifica los medios, sus medios. Títeres que aplauden o repudian las infinitas
versiones de “verdad”. Somos la cara del movimiento que se adapta a una crisis
determinada, un estandarte para mancillar o ser venerado, según convenga a sus intereses
políticos y, mientras tanto, las muertes se suman por decenas de miles. En la
morgue reposan hombro con hombre justos y pecadores, porque hay millones de
jueces espectadores que decretan quién se lo merece y quién no.
Igual están muertos y la justicia nunca llegó para ninguno.
FOTO: EL NORTE |
Los muertos no gritan. Los muertos no
se inconforman, no cuentan la verdad de los hechos, mucho menos se manifiestan.
Los muertos no rompen vidrios, ni prenden fuego, no son presas de la frustración
que los lleva a perder la cabeza. Los muertos no saben en cuánto fue valuada su
vida. Los vivos saben que la vida de una persona que no es de su interés vale menos
que un muro, menos aun que una losa de cantera o un cristal. ¿Cuánto vale la
vida de nuestros hijos e hijas? ¿En cuánto está valuada la vida de nuestros
padres o hermanos y hermanas? ¿Cuánto quieres por tú vida? ¿Crees que el precio es justo?
Las vida no se puede pagar con nada,
ni siquiera con otra vida. No existen repuestos para los seres que amamos,
todos lo sabemos, aunque jamás hayamos perdido a nadie. Y entonces, ¿por qué es
tan difícil de entender? ¿Por qué sólo se nos permite sufrir y quejarnos de
manera ordenada, pacífica? ¿Por qué la rabia por las injusticias está
prohibida? No se ve linda, es cierto, no retrata bien en los periódicos o en
noticieros de televisión, mucho menos si es manipulada. No hay peor delincuente
que una víctima. La muerte es lo menos que se merece, ¡tal vez se lo buscó! Eso
es lo que se saca por ser víctima, por dejarse violar, abusar, robar, matar o peor
aún, por quejarse, por cumplir con su deber o por querer vivir con el lujo de no tener miedo.
Muchos hemos sufrido perdidas
materiales y humanas por actos de delincuencia, las estadísticas están a punto
de alcanzarnos a todos y todos vamos a querer justicia por ello, es nuestro
derecho y hacemos mal si no exigimos lo que merecemos como ciudadanos. Si el
fin justifica los medios eso no lo sé, jamás justificaría se atente contra otra vida por el simple hecho de manifestarse o protestar, y confieso que hay muchos tipos de protesta que no me
gustan, pero en algún punto entendí que nada vale más que una vida, que la
integridad de un ser humano. ¿De cuál ser humano? ¡Del que sea! Tal vez es demasiado
pedir que seamos capaces de “medirnos” con igualdad, no estoy segura de poder
hacerlo, pero al menos trato de ponerme los zapatos de una madre desesperada.
De manera muy egoísta prefiero mil veces apoyarla levantando la voz junto con
ella que vivir en carne propia su desdicha y frustración.
Todos tenemos diferentes obligaciones,
la del gobierno es protegernos. Garantizarnos seguridad, tanto de los
delincuentes como de las fuerzas del orden, y si fue incapaz de protegernos,
entonces debe, al menos, ofrecer justicia. Hay cosas que no deberían ser, es
cierto, vandalizar o destruir propiedad publica o privada es una de ellas, pero
antes de eso, antes de los millones en los que se puedan valuar los bienes
materiales, no debemos olvidar que todo se puede reponer, menos la vida; ya sea de un inocente, presunto delincuente o policía en cumplimiento de su deber (no en abuso del mismo). Me
gustaría creer que todos somos invaluables para alguien y que ese alguien será
capaz de hacer arder el mundo con tal de conseguir justicia por nosotros.