Chernobyl
Una mirada desde México
El 26 de abril de 1986, a la 01:23
horas, una serie de explosiones destruyeron el reactor y el edificio del cuarto
bloque energético de la Central Eléctrica Atómica (CEA) de Chernóbil, situada
cerca de la frontera bielorrusa. La catástrofe de Chernóbil se convirtió en el
desastre tecnológico más grave del siglo XX.
«Chernóbil»,
Belarússkaya entsiklopedia.
El siglo XXI sigue a paso firme su curso, sin embargo, para
muchos de los flamantes adultos del día de hoy, denominados así mismos:
“atrapados en los 80´s”, esa década, esa gloriosa época, parece extenderse
hasta nuestros días, se puede decir que los playlists
nos delatan. En México 1986 fue el año del Mundial de Fútbol no había tema más
importante que ese, y claro que nos enteramos (varios días después como el
resto del mundo) del terrible suceso en la entonces llamada Unión Soviética;
sin embargo no entendíamos de qué se trataba, sí, seguro era una cosa muy mala,
pero sucedió muy lejos, el Mundial estaba a punto de comenzar y por lo tanto
nunca nos importó, la noticia quedó sepultada por “la mano de Dios”.
Para todos
aquellos que pensaron que la tragedia de Chernóbil no nos alcanzaría (más allá
de las partículas en aire que nos tocaron), nuestros gobernantes a cargo, y
pese a la advertencia recibida, nos hicieron el favor de comprar leche en polvo
contaminada por la nube radioactiva que se generó en el accidente nuclear. Eso
que al final quedó en nuestro país como una leyenda urbana, significó un
aumento del 300% en la incidencia de cáncer infantil (1987-1997). Se calcula
que todos los mexicanos en esa época consumimos, al menos una vez, una porción
de las 40.000 toneladas de leche en polvo, distribuidas en más de treinta
empresas de productos alimenticios, principalmente a través de CONASUPO a todo
el territorio nacional. Así que ningún ruso nos va a venir a dar cátedra sobre
mentiras y artilugios.
Dentro de
las tendencias actuales cada día se habla más de ese “accidente” nuclear
gracias a la miniserie Chernobyl, una coproducción de la
cadena estadounidense HBO y la cadena
inglesa Sky, basada en los hechos
reales que se describen en los libros: “Voces
de Chernóbil” (Svetlana Alexiévich. Premio Nobel de Literatura 2015) y “Medianoche
en Chernóbil” (Adam Higginbotham. Periodista). Gracias a eso, y quizá a momento
histórico por el que pasan nuestras comunicaciones, esta catástrofe nuclear
tiene ahora la atención que no tuvo nunca. Hoy los ojos están sobre el
sarcófago gigante que contiene más de 200 toneladas de material radioactivo que
no ha muerto, sigue y seguirá escupiendo radionúclidos por miles de años.
El
director Johan Renck (Breaking Bad) y
el guionista y creador de la serie Craig Mazin (Superhero Movie) lograron recrear de manera impresionante el lugar
de la tragedia. Sin perder de vista que Chernobyl es una serie de ficción,
es decir, que no todos los personajes que ahí aparecen son reales y algunos de
los hechos se exageraron u ocurrieron en momentos diferentes, la miniserie logra
transmitir las emociones y los acontecimientos generales de esa catástrofe. A
manera personal puedo hablar de la angustia, el coraje y la tristeza con la que
viví el recorrido visual de esos cinco episodios y las cápsulas “fuera de
cámara” que se agregaron al final de cada uno.
En un
formidable despliegue actoral van apareciendo los protagonistas principales. Valere
Legasov, el físico nuclear en jefe interpretado por Jared Harris; Stellan
Skarsgård como Boris Shcherbin el Viceprimer Ministro de la Unión Soviética;
Adam Nagaitis y Jessie Buckley interpretan al
bombero Vasily Ignatenko y su esposa Lyudmilla Ignatenko. David Dencik da vida
al Secretario General del Partido Comunista en ese momento, Mikhail Gorbachev.
Entre los personajes ficticios sobresalen Emily
Watson quien toma el rol de Ulana Khomyuk otra física nuclear, pero que en
realidad no sólo representa a los cientos de científicos que se abocaron a
minimizar los daños por radiación en el lugar del accidente, sino que tiene un
papel como de “La Conciencia”, como esa voz en la cabeza que los incita a hacer
lo correcto. En un rol parecido esta Barry Keoghan que interpreta a un
soldado de nombre Pavel, a quien hacen notar que lo levantaron del pupitre y lo
vistieron como militar, el personaje de Keoghan hace las veces de “La Inocencia”,
que quizá se puede referir a la ingenuidad de un pueblo que todavía cree en sus
gobernantes. Por último quiero mencionar el papel de Donald Sumpter quien da vida a un anciano identificado como Zharkov. Sumpter representa el
régimen que agoniza, al “dinosaurio” que se aferra a su falso poderío momentos
antes de morir.
En Chernobyl no hay escenas sin
sentido, cada cuadro, cada mirada, cada tropezón tiene un objetivo y genera una
reacción en la audiencia. Es cierto que puede resultar tendenciosa y que hay
partes que parecen “cortadas” de forma prematura, tal vez necesitaba un poco
más de tiempo para contarse, aunque no sé si hubiera podido soportarlo. Hay
terror en su belleza, no puedo quitar de mi cabeza la escena en el puente.
Craig
Mazin estremece con su manera de contar las cosas, lo cual no deja de
sorprender, más cuando caemos en cuenta de sus antecedentes como director o
guionista. Tal vez uno de sus mejores logros fue explicar con manzanas los
fenómenos ocurridos, ya que nadie en la vida real se dio a la tarea de hacerlo
como lo haría Jared Harris a lo largo de la serie y especialmente en el juicio.
Así que no se preocupe, aunque no sea físico nuclear, entenderá la gravedad del
asunto, y eso, será lo que le haga perder el sueño; o al menos se convertirá el mejor
tema de conversación para estos días.
Las mentiras
cuestan y cuestan demasiado, ésta en especial costó y sigue costando muchísimas
vidas, costó pérdidas económicas, ecológicas y territoriales de proporciones épicas,
costó la caída de un régimen obsoleto pero aferrado a la falsa percepción del
poder.
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