6 jun 2020

No hay peor delincuente que una víctima


EL PRECIO DE SER INVALUABLE

Nací libre gracias al precio que otros pagaron por que así fuera. Nunca lo vi, pero supe que muchos lucharon con piedras y palos contra un gobierno opresor. Se llegó a considerar heroico el acto de aquel que llegó a la trifulca para incendiar la puerta de un valioso edificio con una antorcha en la mano y una losa en la espalda, hoy eso se llama vandalismo y se castiga con todo el peso y la fuerza de la ley, no con justicia necesariamente, pero puede costarle la vida al infractor y la sociedad dirá que se lo tiene bien merecido. ¡Mira que venir a meterse con una puerta! ¡Habrase visto!

FOTO: TRIBUNA

Siempre me dijeron que era necesario saber el valor de las cosas para en verdad apreciarlas, yo no sé cuánto vale mi vida, para mí es lo que se dice: invaluable, casi tanto como esa libertad por la que no pagué. Tampoco sé cuánto vale un edificio histórico. Puedo apreciar y maravillarme con una obra arquitectónica que ha soportado estoica el paso del tiempo gracias a sus muros de piedra, mas no tengo idea del número de infamias cometidas, por propios y extraños, para poder construirlos.

Sería incapaz de calcular el valor de un monumento como “La Minerva”, “La Diana Cazadora”, “El Pípila” o incluso el ángel que representa la Independencia de los mexicanos. Ignoro si el artista o todas las manos que trabajaron para darle forma recibieron el pago justo por su trabajo. No sé si se pagaron las “comisiones” correspondientes para que tal obra de arte adornara nuestras calles. Si me detengo a pensar un momento, tampoco sé por qué veo mi identidad en ellos; porqué me llenan de orgullo o por qué me unen con una ciudad o un país y, sin embargo, lo hacen.

No necesito calcular el costo de un montón de cristales rotos, autos destruidos o de la mercancía saqueada, los noticieros se encargarán de darme el costo de los daños y yo no me voy a molestar en verificarlos, voy a creer lo que me digan. Sé que alguien va a perder. No será el dueño de un imperio comercial o mucho menos un municipio, toda tragedia es siempre un gran negocio, un abanico de oportunidades para los contratistas, un “huesito”. En México los únicos que pierden son los que ya no tienen nada que perder.

Me duele ver mi ciudad arder. Me indignan las fuentes escupiendo agua color sangre o los muros vandalizados, sea por ocio o por un grito desesperado de inconformidad; pero me indigna más, mucho más, la impunidad. La bota en el cuello, la inseguridad y el abuso. Siento un gran desprecio por un gobierno opresor, que no solo roba con descaro burlándose de nosotros, sino que convierte a los ciudadanos en enemigos a muerte, que nos usa para sus fines. Vivos, muertos o desaparecidos seremos de alguna manera la razón que justifica los medios, sus medios. Títeres que aplauden o repudian las infinitas versiones de “verdad”. Somos la cara del movimiento que se adapta a una crisis determinada, un estandarte para mancillar o ser venerado, según convenga a sus intereses políticos y, mientras tanto, las muertes se suman por decenas de miles. En la morgue reposan hombro con hombre justos y pecadores, porque hay millones de jueces espectadores que decretan quién se lo merece y quién no se lo merece. Igual están muertos y la justicia nunca llegó para ninguno.

FOTO: EL NORTE

Los muertos no gritan. Los muertos no se inconforman, no cuentan la verdad de los hechos, mucho menos se manifiestan. Los muertos no rompen vidrios, ni prenden fuego, no son presas de la frustración que los lleva a perder la cabeza. Los muertos no saben en cuánto fue valuada su vida. Los vivos saben que la vida de una persona que no es de su interés vale menos que un muro, menos aun que una losa de cantera o un cristal. ¿Cuánto vale la vida de nuestros hijos e hijas? ¿En cuánto está valuada la vida de nuestros padres o hermanos y hermanas? ¿Cuánto quieres por tú vida? ¿Es lo menos?

Las vidas no se pueden pagar con nada, ni siquiera con otra vida. No existen repuestos para los seres que amamos, todos lo sabemos, aunque jamás hayamos perdido a nadie. Y entonces, ¿por qué es tan difícil de entender? ¿Por qué sólo se nos permite sufrir y quejarnos de manera ordenada, pacífica? ¿Por qué la rabia por las injusticias está prohibida? No se ve linda, es cierto, no retrata bien en los periódicos o en noticieros de televisión, mucho menos si es manipulada. No hay peor delincuente que una víctima. La muerte es lo menos que se merece, tal vez ¡se lo buscó! Eso es lo que se saca por ser víctima, por dejarse violar, abusar, robar, matar o peor aún, por quejarse, por cumplir con su deber o por querer vivir con el lujo de no tener miedo.

Muchos hemos sufrido perdidas materiales y humanas por actos de delincuencia, las estadísticas están a punto de alcanzarnos a todos y todos vamos a querer justicia por ello, es nuestro derecho y hacemos mal si no exigimos lo que merecemos como ciudadanos. Si el fin justifica los medios eso no lo sé, jamás justificaría se atente contra otra vida por manifestarse (a menos que sea en defensa propia y en igualdad de circunstancias) y confieso que hay muchos medios que no me gustan, pero en algún punto entendí que nada vale más que una vida, que la integridad de un ser humano. ¿De cuál ser humano? ¡Del que sea! Tal vez es demasiado pedir que seamos capaces de “medirnos” con igualdad, no estoy segura de poder hacerlo, pero al menos trato de ponerme los zapatos de una madre desesperada. De manera muy egoísta prefiero mil veces apoyarla levantando la voz junto con ella que vivir en carne propia su desdicha y frustración.

Todos tenemos diferentes obligaciones, la del gobierno es protegernos. Garantizarnos seguridad, tanto de los delincuentes como de las fuerzas del orden, y si fue incapaz de protegernos, entonces debe, al menos, ofrecer justicia. Hay cosas que no deberían ser, es cierto, vandalizar o destruir propiedad publica o privada es una de ellas, pero antes de eso, antes de los millones en los que se puedan valuar los bienes materiales, no debemos olvidar que todo se puede reponer, menos la vida, sea de un inocente, presunto delincuente o policía en cumplimiento de su deber (no en abuso del mismo). Me gustaría creer que todos somos invaluables para alguien y que ese alguien será capaz de hacer arder el mundo con tal de conseguir justicia por nosotros.

 
FOTO: REVISTA ESPEJO

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