Belleza en la cotidianidad
“En la artesanía hay un continuo
vaivén entre utilidad y
belleza; ese vaivén tiene un nombre: placer.
Las cosas son placenteras porque son hermosas.
La conjunción copulativa disyuntiva
define al arte
y a la técnica: utilidad y belleza. El objeto
artesanal
satisface una necesidad no menos
imperiosa que la sed
y el hambre: la necesidad de
recrearnos con las cosas que
vemos y tocamos, cuales quiera que
sean sus usos diarios”
Octavio Paz
La alfarería es uno de los oficios más antiguos de la
humanidad, es el arte más practicado en México. Por siglos los alfareros han
transformado la tierra de sus lugares de origen con sus manos, para convertirla
en objetos utilitarios, decorativos o
ceremoniales. Con base en una necesidad
elemental, como puede ser el resguardo de la comida y bebida se han elaborado
piezas no sólo útiles, sino que además expresan un pensamiento ancestral y una
sensibilidad artística relacionada con sus creencias o tradiciones, dando como
resultado piezas bellísimas.
Los mexicanos recreamos, tanto en nuestra memoria como
en el paladar, los sabores del agua de cántaro, el café en jarro y los frijoles
en olla de barro, entre otras tantas cosas. El uso de otros materiales como el
acero, aluminio y hasta el plástico nos han facilitado muchas cosas en la
cocina, pero no hay nada que agregue sabor y belleza a los alimentos como lo hace el
barro.
En los últimos años la cocina mexicana ha intentado
huir de la modernidad, regresar a sus orígenes, tal vez es hoy el momento en
que queremos aprender de nuestras abuelas o de las cocineras tradicionales antes de perderlas para siempre. Más que
convertir a la alfarería en una moda, muy cara por cierto, nos aferramos al
recuerdo y a los sabores que evocan la calidez del hogar que se forjaba con
piedra y lodo, mientras los leños crujían en la cocina.
Muchas piezas de alfarería perdieron su belleza ante
nuestros ojos al convertirse en objetos cotidianos. En muchos hogares fueros
repudiados por su origen humilde, los despojaron de cualquier asomo de arte que
pudiera existir en ellos. Tanto la alfarería utilitaria como algunos alimentos
fueron eliminados de nuestra mesa porque cargaban con ellos la etiqueta de la
pobreza. Los platos de barro sucumbieron a las vajillas francesas, aunque éstas
fueran de imitación, porque lo único que importaba era “dar el gatazo”.
Hoy, literalmente, estamos pagando caro nuestro error,
pero no todo está perdido, todavía podemos tener acceso a algunas de estas
piezas de manera accesible, hasta nos podemos dar el lujo de utilizarlas como
parte de la decoración y presumirlas con orgullo.
Los colores de
las piezas y las técnicas de nuestros alfareros hablan de alguna región del
país. Barro rojo, negro, verde. Los modernos tonos mate, talaveras azules, el petatillo o el bruñido y
cientos de variantes más, convierten a cada pieza en única e irrepetible, sin
importar que usted utilice el cántaro tan solo para beber agua.
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