Entre
la ficción y la realidad
Nieri es un joven
wirrárika, cuyo sueño es viajar con su banda musical a tocar en un concierto en
la gran ciudad de México. Pero su padre, un Mara’akame (chamán huichol), tiene otros
planes para él, pues debe seguir su tradición y encontrar al venado Azul en sus
Sueños, para así poder aprender a sanar y convertirse en Mara’akame.
Federico Cecchetti dirige
y escribe una cinta en la que supo abrazar no solamente una historia que me
imagino puede ser bastante común para la comunidad wirrárika o wixárika, sino
que se las ingenia para convertir su ópera prima en una película de denuncia
política.
El primer largometraje de
ficción sobre el pueblo wirrárika, ganador del premio a Mejor Ópera Prima en el
pasado Festival de Cine de Morelia y ahora en su paso por el FICG, nos adentra
en las tradiciones y la cosmovisión del pueblo que no se rinde por defender
Wirikuta (ruta sagrada), y lo hace en su propia lengua solo para demostrar que
ésta no es una barrera para comunicarnos con ellos y entender por lo que están
pasando.
El pueblo wixárika de
manera inevitable ha cedido a su hermetismo, la defensa de sus territorios los
ha llevado a eso, al abrir su cultura también se abren a una vida diferente a
la que han llevado. Los jóvenes serán siempre los mismos bajo cualquier
etiqueta, y como tales, sienten la curiosidad y el deseo de revelarse ante lo
que ya está establecido. Para los jóvenes huicholes las ideas y costumbres mestizas
pueden resultar muy tentadoras.
La historia de Nieri no
nos resultará extraña, de hecho podría considerarse bastante común, pero el entorno
en el que gira es lo que la hace extraordinaria. No es solo un padre queriendo
que su hijo siga una tradición, como muchos padres quisieran que sus hijos
caminaran sobre sus pasos con la misma carrera profesional, sino que ayuda a su
hijo a encontrarse a sí mismo.
Iván Hernández no se dio
abasto con la belleza de las locaciones paseando su lente fotográfica por
Wirikuta en San Luis Potosí. La búsqueda del hikuri (peyote), sus ceremonias,
ofrendas y sacrificios se convierten en una narrativa visual que no necesita
subtítulos.
Algo que me pareció muy
agradable de la cinta fue su banda sonora, la apertura del pueblo wixárika ha
permitido que sus acordes tradicionales se propaguen y se transformen. Emiliano
Motta seleccionó a Huichol Musical para dar muestra de ello.
La escena final es tan
bella como perturbadora. El mal que acecha a este pueblo tiene sonido de
maquinaria pesada y rostro de excavaciones profundas que amenazan con destruir
lo más sagrado en el planeta, condenando a todos a volver a la oscuridad
eterna.
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