¡Ojalá que nadie lo encuentre!
Mal, mal, mal, todo está del nabo con
Paraíso Perdido, vaya, ¡ni el título carambas! Si usted “googlea” paraíso
perdido, lo primero que se aparece es la cara de Benicio del Toro con la
película Escobar: Paraíso Perdido (muy mala también por cierto).
Un viaje romántico. El caribe
mexicano, aguas cristalinas, exuberantes paisajes repletos de mangles, una bella pareja (Ana Claudia Talancón e Iván
Sánchez) viajando en un velero con un nada agraciado cuñado (Andrés Almeida).
El trío dinámico se adentra en una misteriosa isla que se les atraviesa en el
camino equipados con una botella de agua y un Coppertone del número 2.
Humberto Hinojosa (I Hate Love) nos
engaña desde el primer momento: inspirada en hechos reales. ¿Cuál
hecho real? Por favor señor Hinojosa, dígame ¿de qué hechos o historia real
está hablando? Porque si algo me dejó su película fue la incredulidad de que
algo así sucedió. Es en serio, salí
decidida a investigar quién fue la mujer vivió esa experiencia, y claro que
esperaba encontrarme con algo así como The Impossible (2012), pero no, nada. No
encontré nada.
Una cosa es leer un reportaje sobre
las operaciones clandestinas del narcotráfico en esas pequeñas islas y otra muy
diferente es tener una historia verdadera en donde una escuálida mujer, sin más
arma que un diminuto bikini, sale bien librada de una banda de despiadados matones de acento colombiano. Bajo cualquier
otra circunstancia me disculparía por el spoiler, pero la verdad es que el
final de la película ya estaba echado a perder desde antes.
La Señora Lucero Solórzano, y otros
tantos críticos besa traseros, aseguran haber estado al filo de la butaca. Mi
compañero y yo estábamos con el pendiente de no tirar las palomitas por
quedarnos dormidos.
De entrada todo parece ir muy bien,
los cinco primeros minutos prometen. Muy buenas tomas de los paisajes y un siniestro
y solitario personaje, al que nombran, “El niño” (Raúl Briones). El Niño acecha
en una isla desierta cuchillo en mano. Dos minutos más tarde, me comienzo a
cuestionar ¿el porqué de la bolsa de
plástico en la cabeza si no hay nadie más en la isla? Mire que nada más
Guillermo del Toro puede hacer ligeramente terrorífico un pedazo de tela y dos
botones. El caso que su “temible” personaje pierde la gracia un poco más
adelante.
Después de su efímera promesa, vamos a
tener largos minutos de enalzar con tomas espectaculares los atributos físicos
de dos de sus protagonistas, sobre todo los de la señorita Talancón. Vamos a
tener acercamientos, tomas panorámicas, tomas aéreas, planos picados, planos
contrapicados y hasta los planos que no se han
inventado aún para mostrar un bello y pecoso traserito.
¿Guion? Cero, nada, ausente, nulo, ¡no
existe! Anton Goenechea y Humberto Hinojosa no logran un argumento que se
mantenga, sólo prometen y no cumplen, así como Peña para que me entienda. Hace
falta mucho más que correr sollozando para crear suspenso. Hace falta que sus
actores actúen, digo, para empezar. ¿Y la intriga? ¿Y ese instinto de
supervivencia que nos lleva al límite? ¡El miedo! ¿En dónde carajos está el
miedo?
Rodrigo Dávila (Motel) les hizo un
score bastante decente, que al menos a mí me sirvió para pensar: ¡ahora sí va a
pasar algo!, ¡no, espera, ahora sí! Pero no, no pasó. Tan no pasó que a los sesenta minutos dices: ¡ya chole con la
musiquita!
A ustedes les consta que siempre me
aferro a rescatar algo bueno de una película, más cuando de cine mexicano se
trata. En esta ocasión no tengo nada que rescatar. Bueno, tal vez puedo sugerir
que hagan un comercial de alguna bebida alcohólica con las primeras escenas en
el velero. O tal vez puedo aprovechar este breve espacio para pedir que dejen
de devastar los manglares en la Riviera Maya. La vida y la belleza de la zona
dependen en gran medida de ellos. Gracias Sr. Hinojosa por hacerlos ver tan
bonitos, debería donar sus tomas a la SEMARNAT.
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