Desde la cama te miro de pie junto a
la venta a contra luz, sé que afuera, un poco más allá de ti, hay un mar
llenándose de sol. Palmeras que se mecen, casas blancas que van descendiendo
hasta la playa presumiendo bugambilias de colores. Tu mirada está perdida en
ese glorioso despuntar del día, las irreverentes gaviotas se atraviesan en él
dejando ecos de graznidos al vuelo.
El mundo se colapsa mañana, no me
importa perder el amanecer. Me quedo en la cama sintiendo el viento que hace volar las cortinas junto a
ti. Me quedo aquí con la esperanza de que regreses al espacio de sábanas revueltas antes de que
pierdan la tibieza que has dejado en ellas.
El perfil de tu silueta se interpone
en mi campo de visión. El mundo se colapsa mañana y no habrá otro amanecer. Cambié el mar infinito por el
paisaje de tu cuerpo desnudo, por viajar con la mirada embelesada entre todos
esos pequeños y suaves rizos que cubren tu piel.
Puedo ver el cigarro ir y venir a tu
boca, el humo que emana nubla el sol que arborece y llena la habitación de olor
a tabaco en combustión. Ayer te hubiera odiado por eso. Hoy quiero hacer eterno
este momento.
Me miras y sonríes, vuelves a llevar
el maldito cigarro a tu boca. Regresas
la mirada a la inmensidad que está detrás de la cortina, más allá de mí. Tu
imagen me tiene atrapada, el mundo se colapsa mañana y yo bendigo el haber
perdido su último amanecer.
Patricia Bañuelos
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