Chocolate
No se puede hablar de cine y gastronomía sin mencionar a “Chocolate”,
película de Lasse Hallström del año 2000
basado en la novela homónima de Joanne Harris…lo cual es una verdadera lástima.
¡No me mate! espere un poco para que pueda explicar mi razón.
Para hablar del corazón de esta
historia habría que hacer una especie de ritual y pedir a los dioses su
autorización para mancillar el nombre del sagrado alimento con interpretaciones
absurdas. No creo que exista una película, una imagen o una novela que pueda
abarcar toda la majestuosidad del chocolate, y mire que esto se lo está
diciendo una hereje que se rehúsa a reconocer su adicción a esta droga.
Cacao es el nombre común de la planta
o arbusto de donde se obtiene el chocolate, dicha planta pertenece al género
Theobroma de la familia de las bitneriáceas, que en griego quiere decir
“Alimento de los dioses”. Así, tal cual, ni más ni menos. El rastro de dicho
arbusto se remonta a unos 1,500 años a.C. en las llanuras de la costa del Golfo
de México en el seno de la cultura Olmeca. Después pasó a los Mayas, a los
Aztecas y a todo el territorio mexicano. Nuestros ancestros de alto rango lo
consumían como una bebida estimulante (sin azúcar, esa la añaden los
españoles), a la que le atribuían
propiedades vigorizantes, curativas y hasta de interacción con los dioses. Una
poción mágica, un tipo de valor cambiario (moneda), pero sobre todas las cosas el
chocolate era un placer.
¿Qué tiene que ver todo esto con la
película? Se preguntará usted, pues ¡todo!, le diré yo. Si bien la adaptación
del libro a la película es bastante buena, no es perfecta, y si es cierto que
la novela es fabulosa tampoco es capaz de plasmar lo maravilloso de este
alimento. Y claro está que esta simple mortal tampoco será capaz de hacerlo, la
intención es dar un poco de sentido a la rebelión, a la libertad y a la
explosión de los sentidos.
Seguro ustedes recuerdan a la bella Juliette
Binoche en su papel de Vianne Rocher, la extraña mujer que se apersona junto
con una su hija Anouk (Victoire Thivisol) en Lansquenet, una pequeña población
francesa de recatadas costumbres allá por 1959. Vianne instala su
“chocolatería” en donde además de ofrecer cosas deliciosas, también se da a la
tarea hacer una especie de psicoanálisis para recetar el chocolate correcto a
sus clientes. Sus pociones más que una receta son un conjuro que nace de
civilizaciones milenarias centroamericanas (ya ve que para los gringos del Rio
Bravo para abajo, todo es Centroamérica).
Con esas pociones quiere liberar del
maltrato a las mujeres oprimidas como Josefine (Lena Olin), ayudar al Sr. Blerót (John Wood) a encontrar
la felicidad, dar sentido a la vida de Armande (Judi Dench), promover casorio,
reunir familias y desmantelar odios. El reparto también incluye a Johnny Depp
como un galán gitano, Alfred Molina como el alcalde del pueblo.
La belleza de la narrativa de Harris
puede llegar a ser un distractor en el verdadero mensaje de la historia. “Chocolat”
es una rebelión, es un grito de protesta a la imposición de una moralidad
absurda. Un reto a las normas establecidas, un llamado a la tolerancia bla,
bla, bla. Tampoco me voy a perder mucho en este tema. Ya casi llego, no se
desespere.
El chocolate en cualquiera de sus
presentaciones es el fruto prohibido, es la manzana en el paraíso. Todavía
babeo al pensar en esa taza espesa de humeante chocolate que Vianne deja caer
obscenamente sobre el mostrador. Mientras lo hago, trato de no pensar en el
número de calorías que contiene y me aferro al aroma, a la suave textura, al sabor y a esa sensación de poder que emana
de tener entre las manos ese bendito elixir. ¿Orgasmo? Sí, podría ser.
Es imposible desligar al chocolate del
sexo y al sexo del tabú. Quien rompe con un tabú, rompe con las normas y ¿qué
le queda? Placer, un placer que nunca es vil, nunca es en vano y siempre,
siempre, siempre resulta efímero; aunque permanezca eternamente en la memoria. ¿Y
qué tiene la humanidad en contra del placer? ¡No sé!, no lo puedo entender, esa
restricción sólo aumenta la curiosidad. Con el riesgo de que un rayo me parta
en dos aquí sentada en donde estoy, me rehúso a aceptar que cualquier dios, de
la religión que sea esté interesado en monopolizar el placer. En cortar esa vía
de comunicación con el poder superior y tener una muchedumbre de seguidores
insatisfechos, ergo, amargados.
La película le quedó pequeña al tema,
y no me malinterprete, es linda, claro que lo es. Su fotografía es mágica (si
sacamos de cuadro a Jonny Deep off course), y la historia engancha; sin embargo,
si inclino la balanza en favor de la gastronomía más que del cine me
quedo insatisfecha, porque el chocolate es mucho más que eso.
El chocolate es sensualidad
desbordante, y mire que estoy hablando del chocolate de verdad, es imperativo
que se aleje de los productos de manteca de cacao y saborizantes artificiales
que no tienen más que grasa y azúcares malditos para ofrecer. Yo estoy hablando
del chocolate que formó leyendas, del que postró a los dioses ante él y el que
fue fecundado en tierras mexicanas por los fluidos sexuales de los agricultores
que tenían la honorable misión de perpetuarlo para la eternidad.
En pocas palabras: ni el chocolate
sustituye al sexo, ni el sexo al chocolate. ¡Olvídese de eso por lo que más
quiera! Lector, lectora, el chocolate es, fue y será siempre un regalo a los
sentidos, no una simple película.
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