Un antojo para recordar
¿Les ha pasado alguna vez que traen por ahí un antojo
que se remonta a muchos años atrás? Recuerdos culinarios que tienen que ver con
una época del año, o con una persona; que bien puede que nos ataque la
nostalgia porque esa persona amaba ese platillo, o porque lo preparaba
maravillosamente. Bueno, pues a mí eso me pasa con frecuencia, y aunque no
siempre puedo reproducir las recetas de mi madre, mi abuela, mis tías abuelas y
hasta las de mi bisabuela, en esta ocasión logré preparar las tortitas de
chinchayote.
He de
confesar que ni siquiera sabía lo que era el chinchayote, ya que este platillo
no lo comía desde la infancia, no sé por qué mi madre dejó de prepararlo, ni
siquiera recuerdo haber visto este tubérculo en la cocina (sospecho que las
compraba hechas). Esta delicia solía ser parte del menú de cuaresma, en donde
también mamá incluía: tortitas de camarón y de papa, chiles rellenos,
enfrijoladas y gran variedad de pescados y mariscos. Todo esto pasó antes de que
liberaran al pollo del pecado y mucho antes de que todo esto de los cuarenta
días de guardar se viera reducido a Miércoles
de Ceniza y Viernes Santo.
El caso es
que el antojo despertó la curiosidad y la curiosidad, no mató al gato en esta
ocasión, sino que me llevó a conocer a la raíz de la chayotera, o planta de
chayotes. Es algo muy parecido al camote, hay quien dice que a la jícama, pero
a mí no me lo parece. Este misterioso tubérculo no se da en todos lados, sé de
buena fuente que existe en Michoacán, Chiapas, Veracruz y gracias al cielo en
Jalisco. Al parecer tiene dos temporadas, una en primavera, por lo que coincide
con la Semana Santa, y otra en otoño, lo que nos permite saborearlo al menos
dos veces al año.
La preparación
más común del chinchayote es en las famosas tortitas, para lo que es necesario
cocerlo sin que pierda la firmeza, pelarlo y cortar en rodajas de unos 5-6 mm. Se
coloca entre dos rodajas un pedazo de queso, generoso por favor, se capea y se
fríe. Se pueden servir con una salsa de jitomate; si las pone en una cama de
lechuga saben mejor, al menos mi madre siempre se las ingeniaba para darnos de
comer ensalada con cualquier pretexto.
No sé por
qué van desapareciendo estos platillos del menú familiar del día a día. Es
cierto que no siempre se puede conseguir, es cierto también que no es muy
recomendable comer muchos alimentos fritos o capeados, pero tampoco se trata de
exagerar. Su preparación no es complicada, salvo por el pequeño inconveniente
de tener que limpiar la estufa después de comer.
En realidad no veo razón alguna para
privarnos de alimentos tan sabrosos y nutritivos, pero sobre todo, no veo la razón
para no darnos el placer de recordar este tipo de momentos gastronómicos que
por lo general vienen acompañados de seres queridos que tal vez ya no están con
nosotros, pero que por mucho tiempo se dieron a la tarea de alimentarnos con
grandes cantidades de amor.
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