22 oct 2018

Tortitas de chinchayote


Un antojo para recordar


¿Les ha pasado alguna vez que traen por ahí un antojo que se remonta a muchos años atrás? Recuerdos culinarios que tienen que ver con una época del año, o con una persona; que bien puede que nos ataque la nostalgia porque esa persona amaba ese platillo, o porque lo preparaba maravillosamente. Bueno, pues a mí eso me pasa con frecuencia, y aunque no siempre puedo reproducir las recetas de mi madre, mi abuela, mis tías abuelas y hasta las de mi bisabuela, en esta ocasión logré preparar las tortitas de chinchayote.


        He de confesar que ni siquiera sabía lo que era el chinchayote, ya que este platillo no lo comía desde la infancia, no sé por qué mi madre dejó de prepararlo, ni siquiera recuerdo haber visto este tubérculo en la cocina (sospecho que las compraba hechas). Esta delicia solía ser parte del menú de cuaresma, en donde también mamá incluía: tortitas de camarón y de papa, chiles rellenos, enfrijoladas y gran variedad de pescados y mariscos. Todo esto pasó antes de que liberaran al pollo del pecado y mucho antes de que todo esto de los cuarenta días de guardar se viera reducido a Miércoles de Ceniza y Viernes Santo.


        El caso es que el antojo despertó la curiosidad y la curiosidad, no mató al gato en esta ocasión, sino que me llevó a conocer a la raíz de la chayotera, o planta de chayotes. Es algo muy parecido al camote, hay quien dice que a la jícama, pero a mí no me lo parece. Este misterioso tubérculo no se da en todos lados, sé de buena fuente que existe en Michoacán, Chiapas, Veracruz y gracias al cielo en Jalisco. Al parecer tiene dos temporadas, una en primavera, por lo que coincide con la Semana Santa, y otra en otoño, lo que nos permite saborearlo al menos dos veces al año.


        La preparación más común del chinchayote es en las famosas tortitas, para lo que es necesario cocerlo sin que pierda la firmeza, pelarlo y cortar en rodajas de unos 5-6 mm. Se coloca entre dos rodajas un pedazo de queso, generoso por favor, se capea y se fríe. Se pueden servir con una salsa de jitomate; si las pone en una cama de lechuga saben mejor, al menos mi madre siempre se las ingeniaba para darnos de comer ensalada con cualquier pretexto.


        No sé por qué van desapareciendo estos platillos del menú familiar del día a día. Es cierto que no siempre se puede conseguir, es cierto también que no es muy recomendable comer muchos alimentos fritos o capeados, pero tampoco se trata de exagerar. Su preparación no es complicada, salvo por el pequeño inconveniente de tener que limpiar la estufa después de comer.


En realidad no veo razón alguna para privarnos de alimentos tan sabrosos y nutritivos, pero sobre todo, no veo la razón para no darnos el placer de recordar este tipo de momentos gastronómicos que por lo general vienen acompañados de seres queridos que tal vez ya no están con nosotros, pero que por mucho tiempo se dieron a la tarea de alimentarnos con grandes cantidades de amor.


 Fotografías de José Uribe y Patricia Bañuelos
       

No hay comentarios:

Publicar un comentario