Día de plaza
“México, con su nopal y su serpiente; México
florido y espinudo,
seco y huracanado, violento de dibujo y de
color,
violento de erupción y creación, me cubrió con
su sortilegio y su luz sorpresiva.
Lo
recorrí por años enteros de mercado a mercado.
Porque México está en los mercados.
No está en las guturales canciones de las
películas,
ni
en la falsa charrería de bigote y pistola.
México
es una tierra de pañolones color carmín
y turquesa fosforescente. México es una tierra
de vasijas
y cántaros y de frutas partidas bajo un
enjambre de insectos.
México es un campo infinito de magueyes de
tinte
azul
acero y corona de espinas amarillas.
Todo
esto lo dan los mercados más hermosos del mundo.
La fruta y la lana, el barro y los telares,
muestran el poderío
asombroso de los dedos mexicanos fecundos y
eternos.”
Fragmento
del libro:
“Confieso
que he vivido. Memorias”. Pablo Neruda
Siempre he pensado que
todo viajero que se respete, debe tener cierta afición por los mercados. Quizá
lo pienso porque yo los disfruto en demasía, tal vez más que un bello atardecer
en alguna playa exótica o incluso más que un largo recorrido en alguno de los
museos más famosos del mundo.
Los mercados, así como los
tianguis, nos adentran a los más representativo del lugar que visitamos, como
puede ser su artesanía, su comida y desde luego, su gente. México cuenta con
mercados maravillosos, pero cuando hablamos de Oaxaca el tema pierde la
proporción sensata, se desborda. Ni siquiera voy a intentar hacer un cálculo
aproximado, ya que este bello Estado de la República Mexicana cuenta con 570
municipios, ¿qué tantos mercados y tianguis se le ocurre que puede tener?
El municipio de Tlacolula
de Matamoros, está ubicado a unos 30 kilómetros al sureste de la capital
oaxaqueña, rumbo a Mitla. Conocido en zapoteco como: Guillbaan, “Pueblo de
sepulcros”, cuenta con un mercado que está abierto todos los días del año, pero
cada domingo, desde tiempos prehispánicos, tiene lugar entre sus calles el “Día
de plaza”.
En el séptimo día de la creación,
las principales calles de la localidad ceden sus espacios a cientos y cientos
de mercaderes que viajan de poblaciones cercanas a vender el producto de su
cosecha, animales, herramientas, ropa típica, artesanías y desde luego, tejate
(bebida a base de maíz y cacao), o bebidas espirituosas como pulque y mezcal.
No olvide incluir en su compra para acompañar a éste último unas naranjitas y
sal de gusano.
Es imposible no caer presa
del embrujo y la fascinación de visitar este tianguis que hace las veces de una
Torre de Babel multicolor. Voces zapotecas, mixes, triquis (por mencionar
algunas), se mezclan no sólo con el español, sino con las lenguas de los
turistas de todo el mundo que caminan por aquí, entre manojos de rábanos,
cebollas y ajos o pilas y pilas de calabacitas, zanahorias y jitomates.
En la infinidad de
tendidos ya sea en el suelo o en mesas improvisadas, se pueden ver comales,
tarros, salseras y hasta coladores de barro color rojo proveniente de San
Marcos Tlapazola; ahora que si prefiere el barro negro de San Bartolo Coyotepec
o el verde de Santa María Atzompa, también los encontrará por aquí. ¿Una blusa
bordada? ¿De qué región la quiere? Hay muchas para escoger entre bordados,
colores y estilos.
Ya sea entre las calles o
en el interior del mercado podrá encontrar hermosas flores, preparar su propia
molienda de café o chocolate, escoger entre la gran variedad de chiles y
semillas, comprar un machete o una hamaca. Con decirle que se puede llevar el
pollo, guajolote, lechón o conejo con la piel y las plumas puestas, vivitos y coleando.
Experiencia que desde luego preferí pasar por alto.
¿Qué habrá de la
gastronomía oaxaqueña que no le hayan contado ya? Pues aquí encontrará de todo,
todito. Memelas, quesadillas, empanadas, tlayudas (pero por supuesto), mole del
que quiera: negro, coloradito, amarillo y verde con espinazo. Chiles rellenos, chapulines,
tasajo, atoles y etcétera hasta la eternidad. Como hasta donde dé su capacidad
estomacal, pero no salga de ahí sin probar la legendaria barbacoa de Tlacolula
o su famoso pan de yema.
Las marchantas de largas
faldas coloridas y con sus cabezas cubiertas por vistosas pañoletas o
paliacates pululan por las calles, pregonando sus productos y prestas a
ofrecerte “una probadita”, con lo que el recorrido de este día de plaza se
convierte en una larga mesa de buffet. Entre muchos de los mercaderes todavía
se practica el intercambio de productos o trueque, lo cual le añade un encanto
especial.
Quizá le resulte imposible
de creer que este lugar existe sin el encarecimiento de los intermediarios. Los
indígenas vienen a vender los huevos de sus gallinas, los aguacates que
cortaron en su corral momentos antes de instalarse aquí. Productos de excelente
calidad, muchos con categoría de orgánicos y/o artesanales a precios tan
económicos que no podrá creerlo.
No abandone la localidad
sin visitar la casa del milagroso Señor de Tlacolula, una construcción del
siglo XVI, la cual cuenta con muchos detalles indígenas. Anexa a la Parroquia,
se construyó un siglo después una capilla con una decoración barroca
impresionante por su labra decorada en plata y oro.
Tlacolula de Matamoros no
figura entre los recorridos turísticos más populares, y la razón radica el
esfuerzo sobrehumano que tendría que hacer el guía para sacar a los turistas de
ahí. Al menos ese sería mi caso, porque me podría pasar el día entero
recorriendo las calles en ese día de plaza, que entre frutas, flores y verduras
asoma la riqueza cultural de una tierra bendita por Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario