No son una leyenda urbana
En
la sala de espera en donde coinciden los pacientes de “trauma” y “neuro” no
hay mucho espacio para transitar. Entre sillas de ruedas y todos los que van con
bastón abusando de su preferencia de paso, las vialidades en los pasillos están
obstruidas.
No
hay un orden, en las escasas sillas están revueltos brazos fracturados con botas
de yeso en tallas: chica, mediana y grande. Los hemipléjicos se sientan junto a los
débiles visuales y los que de plano no pueden estar ni sentados ni parados,
esperan en camillas arrinconadas allá, donde no estorben a los que ya están
estorbando.
Caminar
por este lugar ha resultado todo un reto, tropiezo con un par de muletas
atravesadas entre las bancas, me indigno; sin embargo, nadie parece avergonzado por eso.
Me miran con la mirada de los caídos, sin conmiseración, porque aquí, en la sala de espera, todos
somos iguales.
¿Qué
hace toda esta gente encerrada en este lugar? ¿Por qué negarse a salir a la
calle donde hay mucho espacio para todos?
Parece
que prefieren quedarse aquí donde no hay
rampas ni lugares reservados. Aquí donde el cruce peatonal está invadido y las
banquetas no existen. Se rehúsan a salir a donde tienen la certeza de contar con espacios
de estacionamiento reservados exclusivamente para ellos, donde las banquetas son libres y están en perfectas condiciones para
que las ruedas de sus sillas no se
atoren. Allá donde no hay ramas que se
estrellen en la cara de los que no pueden ver, o donde no corren el riesgo de chocar
con la reja abierta de alguna cochera.
En
la calle siempre pueden encontrar un paso peatonal seguro, sin autos
estacionados queriendo ganar el pase, sin motos en zigzag o circulando por lugares prohibidos. La
ciudad les ofrece señalización adecuada para facilitar el tránsito, tienen acceso
a semáforos sonoros y los agentes viales que están dispuestos a ayudar en
cualquier momento.
En
verdad no entiendo qué hace toda esta gente aquí estorbándose unos a otros,
pensé que no existían. Estaba indignada de ver a los pobres conductores de los
autos de lujo obligados a ocupar lugares que no les corresponden, ¿y todo por
qué? Pues porque las personas con discapacidad no quieren salir a la calle.
¿De
qué sirve que yo esté ahí obstruyendo la rampa, si no vendrá nadie a multarme
por eso? ¿Por qué estamos pagando impuestos, si las grúas no tienen necesidad de
llevarse a los autos estacionados sobre las banquetas? Ahí andan los desdichados
automovilistas caminando unos pasos más, renunciando a la comodidad de poner su
auto justo frente a su destino, en donde obviamente está más seguro, o al menos en la sombrita.
No
me lo explico. No es que las personas con discapacidad no existan, sino que no
quieren salir a la calle. Acabo de comprobar que son muchísimas, pero da la impresión de que no valoran los sacrificios que las autoridades y la sociedad hacen por
ellas. Prefieren quedarse escondidas y amontonadas en las miles de salas de
espera de los hospitales que hay en nuestra ciudad. ¡Qué inconscientes carambas!
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