27 sept 2017

¡Los discapacitados existen!

No son una leyenda urbana
En la sala de espera en donde coinciden los pacientes de “trauma” y “neuro” no hay mucho espacio para transitar.  Entre  sillas de ruedas y todos los que van con bastón abusando de su preferencia de paso,  las vialidades en los pasillos están obstruidas.

No hay un orden, en las escasas sillas están revueltos brazos fracturados con botas de yeso en tallas: chica, mediana y grande. Los hemipléjicos se sientan junto a los débiles visuales y los que de plano no pueden estar ni sentados ni parados, esperan en camillas arrinconadas allá, donde no estorben a los que ya están estorbando.

Caminar por este lugar ha resultado todo un reto, tropiezo con un par de muletas atravesadas entre las bancas, me indigno; sin embargo, nadie parece avergonzado por eso. Me miran con la mirada de los caídos, sin conmiseración, porque aquí, en la sala de espera, todos somos iguales.

¿Qué hace toda esta gente encerrada en este lugar? ¿Por qué negarse a salir a la calle donde hay mucho espacio para todos?

Parece que prefieren  quedarse aquí donde no hay rampas ni lugares reservados. Aquí donde el cruce peatonal está invadido y las banquetas no existen. Se rehúsan a salir a  donde tienen la certeza de contar con espacios de estacionamiento reservados exclusivamente para ellos, donde las banquetas son libres y están en perfectas condiciones para que  las ruedas de sus sillas no se atoren.  Allá donde no hay ramas que se estrellen en la cara de los que no pueden ver, o donde no corren el riesgo de chocar con la reja abierta de alguna cochera.

En la calle siempre pueden encontrar un paso peatonal seguro, sin autos estacionados queriendo ganar el pase, sin motos en  zigzag o circulando por lugares prohibidos. La ciudad les ofrece señalización adecuada para facilitar el tránsito, tienen acceso a semáforos sonoros y los agentes viales que están dispuestos a ayudar en cualquier momento.

En verdad no entiendo qué hace toda esta gente aquí estorbándose unos a otros, pensé que no existían. Estaba indignada de ver a los pobres conductores de los autos de lujo obligados a ocupar lugares que no les corresponden, ¿y todo por qué? Pues porque las personas con discapacidad no quieren salir a la calle.

¿De qué sirve que yo esté ahí obstruyendo la rampa, si no vendrá nadie a multarme por eso? ¿Por qué estamos pagando impuestos, si las grúas no tienen necesidad de llevarse a los autos estacionados sobre las banquetas? Ahí andan los desdichados automovilistas caminando unos pasos más, renunciando a la comodidad de poner su auto justo frente a su destino, en donde obviamente está más seguro, o  al menos en la sombrita.

No me lo explico. No es que las personas con discapacidad no existan, sino que no quieren salir a la calle. Acabo de comprobar que son muchísimas, pero da la impresión de que no valoran los sacrificios que las autoridades y la sociedad hacen por ellas. Prefieren quedarse escondidas y amontonadas en las miles de salas de espera de los hospitales que hay en nuestra ciudad. ¡Qué inconscientes carambas!




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