Isabelle Huppert
se lame los bigotes
Después de dejar atrás su
etapa hollywoodense, aquella con la que catapultó a Sharon Stone a la
posteridad junto con los sueños eróticos de los caballeros de, ahora, mediana
edad; y posterior a despedirse del cine por una década, dejando el buen sabor
de boca con 'La lista negra' en el 2006 como su último recuerdo (si omitimos a
‘Steekspel’), reaparece bajo los reflectores el neerlandés Paul Verhoeven para
llevarse una ovación de pie.
Su largo descanso le
permitió fraguar un triunfal regreso con un thriller psicológico, que Hollywood
no pudo soportar, así que se cobija con la libertad moral que le ofrece el cine
francés y entrega por primera vez una
cinta en esta lengua. ‘Elle’ (Elle: Abuso y seducción), protagonizada por Isabelle
Huppert, un icono de la filmografía
francesa, se posiciona como una de las mejores películas del 2016.
Verhoeven se apoya en David Birke para desarrollar el guion basado en
la novela ‘Oh…’ de Philippe Djian, con el que nos sumerge en la historia de Michèle,
exitosa ejecutiva de una empresa de videojuegos, quien ha tratado de librarse
de la condena de ser hija de un famoso
asesino, y quien sufre una violación dentro de su casa.
Si nos vamos un poquito a
pensar en ‘Basic Instinct’ (Bajos instintos), que tal vez sea la película con
la que más se identifica al director (al
menos de este lado del charco), caemos en cuenta que Verhoeven acostumbra usar el sexo como un instrumento de violencia,
y bueno, déjeme decirle que en esta ocasión fue mucho más lejos de los
instintos básicos, tan lejos que ni siquiera la desinhibida Sharon Stone le
quiso entrar al reto. La valentía necesaria para interpretar a Michèle, la encontró
atinadamente en Isabelle Huppert.
La diva francesa, de frágil
apariencia, se calzó de manera audaz al personaje, consiguiendo una de sus más
fascinantes interpretaciones, sino es que la más fascinante de todas, y mire
que no le conozco todo el repertorio, pero hace poco la vi en ‘Valley of Love’
junto a Gérard Depardieu y del cielo a la tierra la diferencia entre un
personaje y otro.
Su familia, su círculo de
amistades, el trabajo, el barrio, el mundo es sólo un escaparate para lucir el
poderío de Michèle. Contrarresta su fragilidad física con un carácter más
fuerte que un bunker antibombas. El holandés mimetiza a Huppert con un gato al
que le hinca una contemplación indiferente y cínica propia de la realeza. La
primera mirada a un acto tan atroz es a través del felino, quien parece
sacudirse sin pendiente el incidente, pero maquila lentamente su venganza, sabiendo
que más adelante podrá ronronear lamiéndose los bigotes.
Paul Verhoeven e Isabelle
Huppert arman un torbellino de inteligencia y valentía, juntos son el vórtice en
el giran todos los personajes, con la magistral gracia de no enredar una
historia con otra, sino aportando toda su fuerza a la historia central.
Verhoeven tira un primer plano y Huppert pestañea reponiéndose a la
devastación, cambia a panorámico y ella se asoma sutilmente a la ventana, femenina,
poderosa.
El resultado de eso es un
huracán perturbador que raya en lo retorcido. Si se sorprende a sí mismo en
estado de fascinación por esto ni se atormente, relájese y disfrútelo. Sacúdase
la moralidad y acicálese cual felino infame con el final que brindan aquellos
de los que ya no se esperaba mucho.
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