La emoción de lo absurdo
Todavía
recuerdo la locura desatada por la publicación del libro “El código Da Vinci”
(2003), era cuestión de un par de días para leer de principio a fin la
acelerada narrativa de Dan Brown. Un arsenal de datos históricos enhebrados
unos con otros en esa búsqueda contrarreloj del Santo Grial. Las reacciones no se hicieron esperar, al
grado que la palabra “excomunión” se escuchó repetidamente, hasta que las aguas
volvieron a su cauce.
El boom
personal de Brown, sólo me alcanzó para llegar al segundo aire que le dieron a
“Ángeles y demonios” (2000) y las
partículas aceleradas de curiosidad decayeron con “El símbolo perdido” (2009),
el cual terminó de matarlas antes de que
apareciera “Inferno” (2013). Conclusión: No leí el último libro. Por
fortuna Brown es como Arjona, si leíste uno, los leíste todos.
En esta ocasión
el profesor Robert Langdon (Tom Hanks) despierta con amnesia y desorientado en
un hospital de Florencia, después de sufrir un atentado contra su vida. La Dra. Sienna Brooks (Felicity Jones)
intenta explicarle qué es lo que sucedió, cuando llega una extraña mujer, Vayentha
(Ana Ularu) tirando de balazos obligando a la Langdon y a Brooks a huir.
Ron Howard (“A
Beautiful Mind”, “Apolo 13”) ya tiene una larga historia de romance con Tom
Hanks, han trabajado juntos en muchas películas, además de las que precedieron
a esta cinta de “La saga Da Vinci” (por llamarla de alguna manera), y aunque ha
logrado unas adaptaciones aceptables de los libros de Brown, esto no significa
forzosamente que sea algo bueno. Menos si tomamos en cuenta la opinión del
crítico literario Marcelo Ricardo Moreno
quien califica a “Inferno” como: “La novela más absurda de todos los
tiempos”.
Vuelvo a
mencionar que no leí el libro, pero en efecto, la película resulta absurda por
donde se vea, sin embargo consigue un efecto que no logro explicar, porque a
pesar de lo absurda, es entretenida y
emocionante. Cuando me di cuenta de este hecho comencé a mirar a mí alrededor
en la sala de cine, sólo para cerciorarme que no era la única sentada en el
filo del asiento. Con disimulo llevé mi espalda de regreso al respaldo, pero la
sensación de emoción en el ambiente nunca cesó. Pocos minutos después mi vecina
de butaca también se inclinaba hacia adelante emocionada.
La fotografía
de Salvatore Totino y las locaciones, la hacen visualmente atractiva. Si ha
tenido la suerte de visitar ciudades como Florencia, Venecia y Estambul le
darán unas ganas locas de regresar y verlas con otros ojos, si no lo hecho, seguro ya las anotó para su
futuro viaje.
En esta ocasión
esa persecución de pistas y develación de misterios no será tan elaborada como
en las entregas anteriores, la
genialidad de Langdon se puede ver disminuida con la de la doctora que lo
acompaña, más cuando lo vemos imposibilitado para llamar por su nombre al
líquido caliente, aromático de color oscuro que nos da energía por las mañanas
y se pierde entre los nueve círculos del infierno de Dante, damos por un hecho
que a la humanidad ya se la cargó el payaso.
En la música
Hans Zimmer salió tan mermado como Langon, al entregar una banda sonora
reciclada y sin novedad. En el guion los baches, los giros y el salto mortal
con triple maroma al frente se les fueron de las manos tanto a Brown como a David Koepp.
Pero no se me
desanime, pese a todo este choro aburridor que le estoy soltando “Inferno” no
lo hará pasar un mal rato, las horas pasaran como si nada, el viaje resulta muy ilustrativo como siempre, y tendremos un elenco bello e incluyente: Tom Hanks,
Felicity Jones, Ben Foster, Irrfan Khan, Omar Sy, Sidse Babett Knudsen, Ana
Ularu, Jon Donahue.
Tal vez usted
no sea consiente, pero el final ya se lo sabe y pese a eso no dejará de pedir a
Jesús, María y José por su salvación. El
fin de la humanidad es un mal necesario, la Peste que se requiere para purgar este
mundo, será liberada en un empaque tan frágil que no sabrá si pedir una caja
fuerte o un popote para contenerla.
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