Hoy me levanto sin ganas, cuerpo
autómata. Debo hacer lo que tengo que hacer, pero mi alma está encogida. Fotos
en Facebook de hermoso amanecer en Bacalar me anima, mi alma suspira y sonríe,
sólo por un momento. Me apachurro nuevamente, arrastro mi sombra fuera de las
sábanas. No quisiera salir de mi cama en todo el día.
Hace un mes, unos tipos violaron mi
santuario y el de mi familia, uno de ellos se paseaba afuera de mi recámara,
hurgaron, robaron; no sólo cosas materiales, también nuestra privacidad y
quietud. Pero seguí sonriendo, lo convertí en algo hasta cómico; nada había de
cómico, pero así lo procesé.
Hoy apenas logro caminar, y no por
las rodillas inflamadas y adoloridas, sino por el pesar que siento. Anoche, un
aturdidor sonido me hizo tirarme al piso y arrastrarme debajo de la mesa de
centro. A unos metros de mi ventana, ráfagas de metralla. Nunca en mi vida
escuché una ametralladora, pero estaba segura que así debía sonar.
Me debatía entre sacar al perro a la
calle, o... ni modo, que se haga en el jardín. Segundos después, estaba
aterrorizada debajo de la mesa. Agucé el oído, lo único que podía escuchar era
mi corazón latiendo a mil por hora, no hubo sirenas, ni gritos, ni llantos,
solo mis latidos. Pasan los minutos, todavía silencio.
Dudando si fue real, tomo valor y me
asomo a la calle. La zona acordonada, lleno de patrullas, militares, pero nada
de sirenas, ¿querrán que nadie se entere? Se escucha sólo un reportero mal
preparado transmitiendo la nota en vivo: ajuste de cuentas entre narcos, o tal
vez un levantón., todos escaparon, ningún muerto.
Salgo a la calle, y a sólo unos
pasos, restos del acordonamiento tirados en el piso, ni eso fueron capaces de
llevarse los policías; algunas balas que no dieron en el blanco, pero que dejan
la huella de que sí, sucedió la noche anterior.
Y nada pasa, la vida sigue, al menos
para nosotros. Una vida dulce pero amarga, no quiero dejarme en el pesimismo,
pero pienso en cómo le puedo decir a los míos que no frecuenten lugares peligrosos, que tengan
cuidado con quién se involucran, que no anden por lo "oscurito”; si en mi
propia casa, donde debería estar segura, ayer viví con el corazón en la mano.
Además del alma apachurrada, estoy
bien. Pero no está bien, no está bien sentirse ya familiarizado con los
militares rondando, las malas noticias a diario. Seguro todos hemos vivido algo
parecido, o alguien conocido lo ha vivido. ¡No nos acostumbremos!
Fabiola M.
Fabiola y su familia viven en
Cancún, el paraíso azul caribe de México. Cancún tampoco se salva de la ola de
violencia que vive el país, pero la discreción es obligatoria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario