Dra Francesca Gargallo
Como parte de los eventos
organizados por Cultura Zapopan bajo el hashtag #ConversatorioZapopan la
escritora, crítica literaria y de artes visuales Francesca Gargallo, presentó
su conferencia “Diversidad y feminismo
en el arte de México del siglo XX”. Francesca Gargallo se llama a sí misma “feminista
autónoma”, tiene un Doctorado en Estudios Latinoamericanos y muchos otros
reconocimientos. Estuvo acompañada por la Doctora Mariana Espeleta,
investigadora del ITESO y por un nutrido grupo de asistentes que escucharon con
atención su ponencia.
La conferencia giró en
torno a las mujeres que integran el “Salón
de la plástica mexicana”, del cual Gargallo ha estado involucrada en el
rescate y exposición de las obras de las mujeres creadoras (feministas o no), ya sean pintoras, fotógrafas, escultoras,
etcétera. En un intento por reconstruir sus acervos, evitar el olvido y la
desaparición del arte creado por mujeres
que marcó un hito en la historia de la plástica mexicana.
Hace hincapié en que en las escuelas de arte de México desde
los años setenta la cantidad de hombres y mujeres egresados son mitad y mitad,
pero sólo una tercera parte de las y los
productores de las diferentes expresiones artísticas en México son mujeres que
en la mayoría de los casos no tienen representación. Los hombres salen de la escuela con menos
censura, mientras que las mujeres terminan sus estudios y no cuentan con
espacios para exponer, las que lo logran son las peor pagadas, cosa que no
sorprende a nadie, señala.
La Dra. Gargallo menciona
que las mujeres representan una entera corriente en ciertos momentos de la
presencia del arte, por lo que fue
necesario hacer un rescate visual de la obra de las mujeres, en la
formalización de este rescate el arte perdió valor, como si
no importara, como si el arte fuera una ilustración, el dibujito que acompaña a
lo verdaderamente sustancioso, y lo verdaderamente sustancioso es la sociología
y la antropología. Asegura que con estos esfuerzos se pueden hacer muchas leyes
que ayuden a conseguir cosas, pero pese
a eso las mujeres siguen muriendo de siete al día. A su punto de vista es
porque no hemos cambiado la cultura, ya que para cambiar la cultura necesitamos
cambiar simbologías, apreciaciones, debemos de aprender a respetar el sentir,
es decir, la estética que las personas producen.
Recalca su intención de
cambio al hablar a través del arte, ya
que para ella es ese deseo de libertad,
esa transformación social, el mismo que la mitad de la humanidad reflejó en el
surgimiento de la corriente feminista en la segunda mitad del siglo pasado.
Cuando de repente una mayoría tratada como minoría empieza a manifestarse y a
tener un movimiento político rebelde, enojado; movimiento que irrumpe los espacios de la formalidad
política y académica, irrumpe el conformismo en las artes que se vivía en ese
momento.
El feminismo cuajó en acciones simbólicas acerca de los derechos
negados a las mujeres con acciones como la llamada: “Marcha por la maternidad
voluntaria” del 9 de mayo de 1971.
Marcha que no estuvo llena de pancartas y banderas, ni de miles de
manifestantes, sino que estuvo integrada por cuarenta participantes, por lo que
ella prefiere llamarla un “mega performance”, uno muy grande que exigía el
derecho a una maternidad libre y voluntaria, fue precisamente para un 10 de Mayo, en la celebración de la abnegación
maternal al sistema de consumo de personas y cosas. Así que cuarenta años
después de ser instituido es intervenido por una masa crítica de cuarenta
mujeres que irrumpen con una acción directa en un molde. Irrumpen en el molde
mental de la “Santa maternidad subyugada”
y lo hacen con imágenes de mujeres pintoras, no de pintoras feministas
(hasta ese momento), pero sí retoman imágenes de Frida Kahlo por ejemplo, con
ese deseo de maternidad no realizado
porque les fue impuesto o heredado.
En México el feminismo
estaba cansado, cansado de pelear años antes las luchas sindicales por la
igualdad de salarios entre mujeres y hombres. La escritora recuerda que antes
del movimiento del 1971, las feministas estaban exhaustas de su fuerza moral, sin embargo, dentro del
mundo del arte, en 1953 Angelina Beloff,
pintora rusa, quien desarrolló gran parte de su obra en México, Celia Calderón,
Vita Castro, Gloria Calero, la alemana nacionalizada mexicana Olga Kostakowsky,
mejor conocida como Olga Costa, la bailarina y escultora estadounidense
Rosemonde Cowan Ruelas (Rosa Covarrubias más adelante), María Izquierdo, la primera mujer mexicana en exponer fuera de
México, la muralista Fanny Rabel, Frida Kahlo, Cordelia Urueta, Chabela
Villaseñor, escultora jalisciense; Geles Cabrera, Rosa Castillo, Rosa Galán, e
Irma Díaz, organizaron la ‘Primera Exposición Colectiva de Artistas Mexicanas’
en el Salón de la Plástica Mexicana, apenas cuatro años después de su
fundación. Con ella afirmaron sin remedo que existían y que estaban produciendo
no sólo un arte propio, sino el lugar
social de la afirmación de un mundo bisexuado con sus contenidos plásticos y
sus interpretaciones estéticas. Lo cual, no fue poca cosa.
Al ser México país de
acogida, en la historia de la plástica mexicana es importante mencionar que en
este país la gente encontró refugio para crear, huyendo de otros movimientos
como el Macartismo, Franquismo, las
persecuciones o guerras. Las quince mujeres que participaron en la muestra
colectiva estaban relacionadas a su vez con la fotógrafa Tina Modotti y la
francesa Alice Rahon, Remedios Varo, Kati Horna y Leonora Carrington entre otras.
Todas ellas comenzaron a
cuestionarse sus lugares de privilegio reivindicando algo que ahora nos parece
muy poco, pero que en ese entonces no lo era. Reivindicaron la NO separación del arte de la artesanía, como
menciona es el caso de la doctora en filosofía, Eli Bartra, al escribir un análisis
del arte popular hecho por mujeres en México y el mundo, la división entre arte y artesanía no existe,
asegura, es una división construida para
cimentar el precio del arte y depreciar la artesanía. Las primeras que se dieron
cuenta fueron precisamente las artistas
del salón de la plástica mexicana, las cuales reivindican la esteticidad, la emotividad y la emoción que produce una artesanía.
Entienden a las mujeres que no tienen otro espacio para manifestar una
construcción simbólica y plástica desde sus pueblos de origen, ya que si al pintar eres una mujer náhuatl o
wirrarika entonces no se considera arte, sino artesanía. Con base en esto
afirma que en realidad artesanía no
existe, es arte y punto. Lo que se considera artesanía es depreciado por el
lugar social que se da a las ciertas mujeres, las cuales comienzan a denunciar
el racismo del arte. También plasman en su obra la fealdad de la pobreza, la dramaticidad de la maternidad secuestrada
por la muerte, el poder paterno y la comicidad del alcoholismo, temas que entran con mucha fuerza en sus imágenes. Las
mujeres empiezan a representar eso que,
hasta ese momento, la pintura mexicana no había tocado.
Gargallo menciona también
que si bien este hecho es paralelo a la revolución social que pintaban sus
compañeros hombres, miembros del mismo
salón, afectaba otro orden del mundo, como lo era el privilegio
masculino en la exclusividad de la representación. De repente nos encontramos
con la representación de una madre o de una mujer que carga a los niños, algo
que no estaba representado con anterioridad.
En total 118 mujeres entre 400 artistas son parte del “Salón de la plástica mexicana”, 17 de ellas fundadoras. Juntas lograron un gran
ensayo de agrupamiento en su primera exposición, considerada una manifestación
plástica, una expresión sexuada, sin que esto signifique que todas ellas hacen
una representación de su sexualidad, pero sí dejan marca de referencia, la marca de ser mujeres.
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