Nuestra identidad
muere en los campos
Teresa Camou se ha
desarrollado por muchos años en el terreno de las artes escénicas y en la
creación de títeres a gran escala con los que se dedica a practicar el teatro
como una vía de transformación social. Durante doce años montó obras de teatro
itinerantes en los poblados de la Sierra Tarahumara, mismas que se suspendieron
por falta de recursos y por el azote de la violencia en la zona.
Camou encontró en el cine
documental una manera más poderosa de transmitir una historia, la historia de
los jóvenes rarámuris que anhelaban trabajar la tierra y cultivar el alimento
regalo de los dioses, el maíz.
A través de “Sunú” (Maíz
en lengua Rarámuri) Camou denuncia la
amenaza que representa para México el cultivo de maíz transgénico, nos muestra
la lucha de los campesinos por preservar
las tradiciones de sus comunidades, la diversidad de las semillas y el derecho
a la soberanía alimentaria. En el documental también se incluyen a los medianos
y grandes productores de maíz en México, algunos preocupados por producir más a
menor costo y otros que a pesar de
mantenerse al margen de la espiritualidad que mueve a los productores
indígenas, están en contra de la utilización del uso de semillas genéticamente
mejoradas o transgénicas.
El maíz transgénico
amenaza la diversidad de maíz nativo en México ya que la contaminación se da de
manera natural y es imposible evitarla. Las plantas madre que son el origen de
todas las variedades de este grano se perderán para siempre.
"El maíz nativo no sobrevivirá si no sobreviven los pueblos que lo cuidan"
En el documental Sunú el campo clama a
las grandes ciudades su atención, la batalla contra los cultivos transgénicos se
pelea en los campos, pero la mayoría de los consumidores están en las grandes
ciudades. A pesar de que hace unos años se detuvo la siembra de maíz
transgénico, en el 2015 un juez mexicano revocó la prohibición, decisión a la
que ahora una coalición de activistas está apelando. México importa un tercio del maíz que consume
anualmente, once millones de toneladas de maíz genéticamente alterado.
Muchos ignoramos el tipo
de maíz que consumimos, para nosotros como últimos consumidores es imposible
tener la certeza de la procedencia de estos alimentos. No tenemos conocimiento
de los intereses transnacionales detrás de su importación, de todos los riesgos
para la salud, tanto humana como animal, ya que estos últimos son alimentados
con este tipo de granos. Las comunidades indígenas están perdiendo su identidad
y todos los rasgos culturales asociados al maíz. Proteger al maíz, equivale a
proteger a lo más sagrado de la cultura mexicana de la voracidad del Monsanto (Grupo
de biotecnología estadounidense que respalda los cultivos transgénicos y otras empresas similares venden semillas
híbridas).
En Sunú tenemos un
vistazo a la lucha de supervivencia de los productores indígenas, de su cosecha
depende no sólo el sustento para ellos, ya que “El maíz no es solo un grano, un
alimento y un cultivo, es una forma de ser y de tener identidad.”
Teresa Camou testifica con la hermosa fotografía de Aldo Hernández Flores que: “El
campo en México está latente, está vivo; aunque esté jodido, está vivo.”
Maíz Transgénico:
Gran parte del maíz
transgénico fue manipulado para producir un insecticida que ataca al gusano
barrenador europeo, pero también perjudica a otros insectos que ayudan a
controlar plagas, entre ellos la mariposa monarca. Esta toxina se acumula en
los suelos de cultivo y por lo mismo podría afectar su fertilidad a largo
plazo.
Los cultivos transgénicos
contaminan los cultivos convencionales, los orgánicos, los alimentos y la miel.
Cuando se cultivan fuera del laboratorio es imposible parar el curso normal de
la naturaleza: de los insectos, de la polinización o las corrientes de aire.
Por ello la contaminación se expande de manera natural e inevitable. Si el maíz
transgénico contamina las plantas nativas de maíz, estamos en peligro de perder
estas plantas madre que son el origen de todas las variedades de este grano, lo
que sería un desastre mayúsculo.
En México, a pesar de que
en 2009 se aprobaron las siembras experimentales de maíz transgénico, el
rechazo a esta tecnología entre campesinos, consumidores y científicos independientes
es creciente. En agosto de 2015, un juez mexicano revocó una prohibición de 2013
sobre la siembra de maíz transgénico, pero una coalición de activistas apeló su
decisión. La prohibición sigue en vigor, en espera de una decisión sobre la
apelación, pero el caso aún podría terminar en la Suprema Corte de Justicia de
la Nación (SCJN).
Los críticos de los
cultivos transgénicos señalan que el año pasado la Organización Mundial de la
Salud (OMS) calificó al glifosato, el
ingrediente activo en el herbicida Roundup de Monsanto, como “probablemente
cancerígeno para los seres humanos”.
México alberga 59 tipos
de maíz llamados “criollos”, que son una fuente crucial de la biodiversidad.
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