Michael Bay se pone duro
Bengasi, Libia, 11 de septiembre de
2012. En el aniversario de los ataques a las Torres Gemelas en Nueva York,
islamitas extremos atacan en su residencia, al recién llegado embajador de los
Estados Unidos, Christopher Stevens (Matt Letscher). Ante el ataque, un grupo
de exmilitares estadounidenses contratados para brindar seguridad al personal
de un cuartel de la CIA instalado en la ciudad, y bajo las órdenes del Jefe de
la CIA (David Costabile); intervienen en el ataque, para después regresar a
defender el cuartel que sería atacado por los mismos extremistas. Los
soldados: Jack Silva (John Krasinski), Tyrone Wood (James Badge Dale), Mark
“Oz” Geist (Max Martini), Kris “Tanto” Paronto (Pablo Schreiber), John “Tig”
Tiegen (Dominic Fumusa) y Dave “Boon” Benton (David Denman).
Michael Bay (Transformers) agarra el
best-seller de Mitchell Zuckoff (“13 Hours: The Inside Account of What Really
Happened in Benghazi” y lo trasforma, como es su costumbre, en dos horas y media de testosterona… mucha
testosterona, músculos, balazos altisonantes y acción. Pero no crea usted que
cualquier tipo de acción, olvídese de autobots girando vertiginosamente en la
pantalla dejándolo con ganas de vomitar, esta vez la acción de Bay es dura,
pura y muy ruidosa.
No hay duda de que Michael Bay le echó
ganitas, tiene una historia real que para muchos, sobre todo los
estadounidenses, vale la pena contar. Estuvo asesorado por tres de los
militares sobrevivientes de los hechos y se dio el lujo de imprimir dramatismo
con imágenes que erizan la piel y una bella (si se le puede llamar así)
fotografía.
El escritor Chuck Hogan, coautor,
junto con Guillermo del Toro, de la Trilogía
de la Oscuridad, se adentra por primera vez en un guion cinematográfico que
entre balazo y balazo le regala uno que otro momento de descanso, que lo pueden
llevar a pestañar por un instante. La cinta se siente larga, no sé si con la
intención de hacernos sentir en tiempo real esas trece horas, o nada más por
llegar a agradecer el descanso en el ruidajo.
Steven Spielberg en “Saving Private
Ryan” nos muestra con la escena del desembarco en Normandía, la crueldad de la
guerra y el dolor de los soldados. Bay intenta hacer lo mismo pero en tomas
“close up”. Rostros sangrantes, vísceras, fluidos, desesperación, sufrimiento y
lágrimas en primer plano. Mr. Transformers
se lució con los detalles, pero… ahí viene el pero.
Las historias de los héroes americanos
se deben de agarrar con pinzas, más cuando de mercenarios se trata. Según
Wikipedia, “se conoce como mercenario, a aquel soldado que lucha o participa en
un conflicto bélico por su beneficio económico y personal, normalmente con poca
o nula consideración en la ideología, nacionalidad o preferencias políticas con
el bando para el que lucha”. Entonces, quitémosle un poquito el sentimentalismo
heroico al asunto y dejemos claro (cosa que Bay no hizo), que estos “Soldados
de Elite” “Ex marines” o como guste usted llamarles, estaban cuidando una base
de espionaje estadounidense en Libia, no andaban de pic-nic, ni lo hicieron así
de “compitas”, recibían un billetote por hacerla de “nannies” de los empleados
de la CIA. Y la CIA estaba espiando, EN SU TERRITORIO, a los extremistas
islámicos que poco simpatizan con los gringos. Así que, eso de inocente
palomita, cero. Gracias por este espacio de catarsis.
En resumen: Las imágenes son
escalofriantes, la calidad de las mismas es prácticamente impecable. Los
actores no son muy famosos que digamos, pero parece que lo que en verdad
necesitaba el director eran chicos rudos muy parecidos a los originales. El
sonido es dolby súper estéreo, si usted querido lector, es de tímpano débil, no
olvide sus tapones, porque rifles de muy alto poder le van a retumbar muy cerca
de la oreja. Bien por el trabajo de Bay, mal por el rumbo que le dieron a la
historia.
No intento quitarle el valor de la
vida a los hombres que la perdieron en este horrible atentado. Los exmilitares
que participaron en este evento no estaban obligados a intervenir en el rescate
del Embajador y sin embargo, lo hicieron. Su valor y entrega se reconoce, no
importa que vengan envueltos en esos trajes forrados de músculos y “bolas”
enormes, ni con espíritus camuflajeados
de rudeza que los lleva a ponerse de pie y sostener un rifle con medio brazo
para así lanzarse al matadero.
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