Un amor que pocos entienden
«Trabajaremos mucho, pero
llevaremos apasionadas vidas de libertad».
Jean Paul Sartre
No sé cómo describir a este
par de enamorados, la primera idea que me viene a la mente es decir que estaban
adelantados a su tiempo, pero no, la verdad es que su “filosofía amorosa” sigue
sin terminar de encajar en el siglo XXI. Amor en libertad, amor sin ataduras y
sin compromisos, estamos en la era de la unión libre y en donde se habla de lo destructivo
que pueden ser los compromisos legales. Hay quien afirma que al firmar un papel
se acaba el amor o que el amor no necesita papeles. Cierto, eso es totalmente cierto, pero la verdad es que ese compromiso en tinta que tantos
desprecian es más o menos igual al compromiso digamos de palabra, cualquiera de
los dos se pueden desmoronar antes de cumplir el aterrador juramento… ¡Hasta
que la muerte nos separe!
A estas alturas de la
modernidad, los celos siguen a la orden del día, los avances en la tecnología
le han dado a los celosos (as) excesivos las herramientas para alimentar su
paranoia, que dicho sea de paso, “cuando el río suena es porque agua lleva”.
¡Aceptémoslo! El que esté libre de pecado que entregue su celular, o que deje
abierta su cuenta de Facebook. A lo que voy es que a pesar que la mayoría de
nosotros pregonamos una mente abierta, defendemos el amor en libertad y hasta
alardeamos de poder llevar una relación sin compromisos, a la hora de los
trancazos podemos sentimos traicionados y la relación termina en naufragio a la primera de cambios.
Simone y Jean Paul tenían un
grado de dependencia que nos puede resultar socialmente inaceptable. Se
contaban todo lo que les pasaba, y quiero decir absolutamente todo. Su correspondencia es
legendaria, él nunca ocultó su gusto por las mujeres jóvenes ni ella omitió
detalles de sus relaciones sexuales con otros hombres y/o mujeres. Llegaron a
compartir amantes mientras vivían lo que ellos llamaban un amor absoluto, los
demás eran secundarios y a lo largo de su relación tuvieron muchos de esos,
pero se mantuvieron, como diría mi abuelita,
“juntos pero no revueltos” por más de 50 años.
Simone revisaba cada uno de
los escritos de Jean Paul, su relación intelectual era más fuerte aún que su
relación pasional. Sartre llegó a decir que: “si su aprobación me faltara, todo
se desmoronaría y yo iría a la deriva”, no publicaba sin la opinión de ella. Beauvoir
o “Castor”, como él le decía, aceptaba su filosofía y lo llegó a considerar el
eje de su vida “era un universo de exuberante abundancia, frente a mi pequeño
mundo insignificante”. ¿Mi pequeño mundo insignificante? Así se expresaba la viva imagen del feminismo del hombre al que ella amaba.
Ambos eran la
personificación del existencialismo en los años 70’s, estaban comprometidos con
los conflictos de la época, pelearon las mismas batallas en su rol de
activistas contra la guerra de Vietnam o a favor de la Independencia de Argelia, por
mencionar algunas. Eran uno en todos los sentidos, almas gemelas que jamás
habitaron bajo el mismo techo abanderados en su común acuerdo de “no a la monogamia”,
estando en un mismo hotel, tenían habitaciones separadas sin que esto les
impidiera pasar los mejores momentos juntos.
Beauvoir y Sartre se
conocieron en la Sorbona en el año de 1929 cuando eran profesores de filosofía,
ella describió ese evento como “el acontecimiento fundamental de mi existencia”
y con hechos lo demostró porque estuvieron unidos sentimentalmente hasta la
muerte de Sartré en 1980. No es secreto para nadie que
Simone no salió precisamente ilesa de este romance, Jean Paul era un
mujeriego empedernido, pero tal parece que fue más doloroso el hecho de que él
cediera los derechos de su obra a Arlette Elkaïm-Sartre, hija adoptiva de Sartre
desde 1956, y con quien Beauvoir tuvo problemas al momento de la muerte del filósofo.
Arlette hizo a un lado a Simone de la vida de Jean Paul cuando él ya estaba
ciego y muy enfermo a consecuencia de su alcoholismo, además se impuso como
portadora de la verdad sartriana desacreditando a Beauvoir.
La autora de “El segundo
sexo” estuvo en los últimos momentos de quien se dio el lujo de rechazar el premio
Nobel de literatura. Ella asegura que sus últimas palabras fueron para ella: "Je
vous aime beaucoup, mon petite Castor". Cuando murió se acostó justo a él
a pesar de que su cuerpo estaba gangrenado. Simone logró mantenerse estoica en
el funeral gracias al puñado de Valium que estuvo masticando.
¿Pueden siquiera imaginar un
amor así? Rayando en la veneración, amando a pesar de todo y viviendo
apasionadamente aunque muchas veces fuera a través de otros. Que par de mentes
maravillosas, más allá de ser iconos del feminismo y el existencialismo,
representan un nivel de amor difícil de alcanzar. Tal vez hubo celos,
seguramente en algún momento alguien sufrió, pero la admiración mutua nunca se
vino abajo.
Enamorarse de la mente y la
capacidad creativa de alguien da como resultado un amor indestructible, porque la
mente siempre se aferra al corazón.
“Una
gran suerte acaba de dárseme. Bruscamente, ya no estaba sola. Hasta entonces,
los hombres que me habían interesado eran de una especie diferente a la mía. Me
era imposible comunicarme con ellos sin reserva. Sartre respondía exactamente a
mi voto de los quince años: era el doble en quien reencontraba, llevadas a la
incandescencia, todas mis manías. Con él, podría simplemente compartirlo todo.
Cuando lo conocí, supe que nunca más saldría de mi vida”.
De
Simone a Jean Paul
"Si
usted se acostara en este estrecho jergón, a mi lado, me encontraría muy a
gusto y se me derretiría el corazón. Pero no será así y tendré que oír los
ronquidos sonoros de alguien. Ay, amor mío, cómo la amo a usted y cómo la
necesito. La amo con todas mis fuerzas” "Estoy algo nervioso, porque
empiezo a esperar sus cartas con esfuerzo. Piense usted, por favor, que desde
el sábado no he recibido ninguna. Hace diez años que la conozco y es la primera
vez que ocurre esto. Amor mío, cómo me gustaría recibir noticias suyas. Mi
encantador Castor, que ya me ha ofrecido diez años de felicidad, la amo a usted
y la beso con todas mis fuerzas".
De
Jean Paul a Simone
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